El imaginario de las hordas cívicas
Lo cierto es
que la sociedad boliviana es compleja y diversa; respecto a sus imaginarios
existe una variedad de aproximaciones literarias, cinematográficas,
ensayísticas, periodísticas, además de un interminable debate entre sociólogos,
cientistas políticos, antropólogos, etc.
La complejidad
radica en lo inseparable de las clases sociales con la pertenencia a grupos
étnicos, la autopercepción, los niveles de inserción en la modernidad, las
miradas culturales, los imaginarios y los anhelos. Este debate se dificulta
todavía más cuando inevitablemente las perspectivas ideológicas-políticas se
entre ponen a su tratamiento.
¿Cómo entender
entonces el imaginario de las hordas cívicas?
Si recordamos
las publicidades televisivas que se emitían durante las anteriores dos décadas,
por ejemplo del Banco Nacional de Bolivia (BNB), Coca-cola o Tigo
(anteriormente Telecel S.A.), los ojos atentos se habrán percatado de que no
eran materiales audiovisuales producidos en Bolivia sino en la república de
Chile, es decir, no fueron diseñadas para el público boliviano sino para el
chileno. El único trabajo realizado en Bolivia era el doblaje de las voces,
adecuando datos logísticos como direcciones de las sucursales, fechas de
vigencia de las promociones, puntos de venta, etc.
El resto de
las grandes empresas en Bolivia se acostumbraron a hacer lo mismo. Cualquiera
podría pensar que esa dinámica sólo responde a un criterio pragmático y para
ahorrarse una o dos decenas de miles de dólares.
Sin embargo,
el contenido de la publicidad y el hecho de que todas las grandes empresas
hagan lo mismo demuestran que otras cosas más estaban en juego aparte del
simple ahorro de dinero.
Todas estas
publicidades tenían como relato central un ámbito urbano, moderno,
occidentalizado, norte-americanizado con personas jóvenes, de tez clara y en lo
posible de cabello castaño. Cabe señalar que el doblaje de la voz no
correspondía al típico acento paceño sino a uno perfectamente pronunciado,
mexicanizado (ciertamente no al acento de México en sí sino al acento de
Monterrey, aquél norte-americanizado del cual proviene el infame spanglish).
A diferencia
de las publicidades de Chile y Argentina, donde es prioritario que las empresas
conecten con su clientela reproduciendo fielmente el acento característico de su
gente (incluso Disney realiza un doblaje exclusivo para Argentina), el doblaje
de las empresas bolivianas se esfuerza en todo lo posible por alejarse de los
acentos y modismos nuestros.
La publicidad
en Bolivia no retrata lo que somos sino lo que desearíamos ser. Promueven ese
deseo profundo de “des-bolivianizarse” aunque implique contradicciones,
incongruencias y paradojas.
Un ejemplo de
esto se retrata en la película ¿Quién mató a la llamita blanca (2007)
–realizado por La Fábrica de Cochabamba– en la cual uno de los personajes
principales es un joven cruceño abiertamente nazi que goza del apellido
extranjero por parte del padre, discrimina a las culturas locales y critica la
falta de modernidad en el país. Pero, durante el carnaval de Oruro, comparte
cervezas con los campesinos, celebra las danzas autóctonas y sostiene
orgullosamente una bandera indígena.
En el
personaje habitan esas contradicciones, incongruencias y paradojas: resulta que
su padre era un turista europeo que fortuitamente embarazó a una muchacha de
origen rural antes de abandonarla, situación que lo lleva a renegar de sus
orígenes, de la condición de país “retrasado” y de la falta de un entorno
blanco.
Las
publicidades de la cervecería Paceña van en el mismo tono: siempre reafirmaron
la imagen de una mujer blancoide-mestiza de rostro y figura esbelta que
momentáneamente utiliza trenzas, sombrero y pollera, al tiempo que lo indígena
sólo es parte del paisaje de fondo, en tanto y en cuanto estos sean sonrientes
y sumisos. El mundo indígena es aceptable en la medida en que sea relegado a lo
folklórico y en una jerarquía inferior a los anhelos de blanquitud.
Los
imaginarios de toda sociedad son de vital importancia para cualquier gestión de
gobierno, si algún imaginario no se encuentra alineado con el discurso oficial
y las acciones concretas de una propuesta electoral, se materializará un
desacuerdo que puede escalar hasta el repudio.
Jeanine Áñez
no fue vista por lo que es sino por lo que las pititas desearían que fuera: una
mujer escandinava moderna profesional. Ese deseo encubre el rechazo de todo
aquello que recuerda los orígenes y no basta con negarlo, también es necesario
castigarlo, reprimirlo. En el ámbito político, ese deseo de tradujo en un
abierto desprecio y castigo hacia el mundo popular, rural y campesino (antes y
durante la pandemia).
El año pasado,
se utilizó la denominación “hordas” para referirse a lo irracional,
involucionado, animalesco, premoderno, etc. La ironía está en que las hordas
cívicas nuevamente movilizadas representan exactamente lo que estaban
criticando: la falta de racionalidad y de inserción a la modernidad como para
sostener que de alguna manera hubo fraude, un fraude científico.
Se demuestra
que las pititas no eran defensores de la democracia sino defensores de un
imaginario corrosivo e incongruente con las realidades de la sociedad
boliviana. La mayor crisis política en la historia contemporánea del país
muestra que, como muchos afirmábamos, en esencia es racial.
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Escrito por
Javier García Bellota*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en
Bolivia y publicado el 21 de octubre de
2020.
*Estudios en Derecho, Filosofía y Ciencia Política.
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