La pandemia del coronavirus como pachakuti. Una perspectiva desde la cosmo-espiritualidad y filosofía andina

 


Por Josef Estermann

La pandemia de Covid19 (SARS-CoV-2 o coronavirus) que actualmente vivimos en todas partes de nuestro planeta, es un gran dolor para mucha gente. Algunos han perdido sus seres queridos, otros sufren aún de dolencias, muchos se ven aislados, y un gran número lucha por la simple sobrevivencia por falta de trabajo, recursos o apoyo. Vivimos tiempos extraordinarios en muchos sentidos. La vida social prácticamente se ha congelado, redes de contactos fueron deshechas, la economía sufre una de las caídas más dramáticas de la historia, y la incertidumbre sobre el futuro se hace sentir hasta en lo más íntimo y personal. Después del auge del PIB (Producto Interno Bruto) por más de diez años consecutivos, las perspectivas se han invertido totalmente: la pobreza aumenta en forma dramática, el desempleo también, los sistemas de salud y de educación han colapsado prácticamente, y no se ve luz al otro lado del túnel.

Existen muchos intentos de explicar esta pandemia, la gran mayoría mediante el recurso a la ciencia de tipo occidental, otros mediante una reflexión de tipo religioso, y no pocos mediante diferentes teorías de conspiración. La magnitud de la pandemia requiere de reflexiones amplias, interculturales, fuera de lo común, filosóficas. En el contexto andino, la pandemia que viene golpeando a muchas personas, familias y comunidades es vista en el horizonte de lo que suele llamarse "cosmo-espiritualidad" andina. Según ella, tanto la pandemia de Covid19 como el cambio climático y el quiebre de los modelos económicos modernos de desarrollo y progreso, tienen que ver con el desbalance del equilibrio a nivel cósmico, espiritual, social y económico, lo que en términos andinos se suele expresar por la figura del pachakuti. La presente charla intenta dar pistas para una comprensión de la pandemia desde los parámetros de la cosmo-espiritualidad andina.

1. De una explicación monocausal a una perspectiva holística

En vista de la prevalencia de expert@s en virología, epidemiología y vacunología, resulta “despistado” o al menos “romántico” recurrir a la “cosmo-espiritualidad” o “filosofía” andina, para tratar de comprender la magnitud y trascendencia de lo que actualmente vivimos. Todo el mundo tiene enfocada su mirada en la “ciencia” en sentido occidental, es decir en el complejo científico-tecnológico en el campo de salud, y espera una solución de tipo farmacéutico e inmunológico. En el campo económico, todo el mundo habla de recuperar en tiempos post-pandemia la “normalidad” anterior a la crisis, del funcionamiento de las actividades económicas sin restricciones del Libre Mercado y del extractivismo mineral. Salvo los pocos grupos que se dejan llevar por teorías conspirativas o sectores del fundamentalismo religioso que ven la pandemia como castigo de Dios por la acumulación de pecados, la gran mayoría de la gente considera la pandemia como la consecuencia de una concatenación de eventos que tienen su origen en la China (concretamente: en un mercado de animales salvajes en Wuhan).

La racionalidad linear de causa y efecto explica la pandemia por una causa inicial que se piensa ser el paso del coronavirus de un animal (¿murciélago, armadillo?) a un primer ser humano infectado en el mes de noviembre de 2019, y de ahí el contagio más o menos arbitrario de otros seres humanos en forma exponencial. De este modo, la cadena de infecciones, es decir la cadena de causas y efectos, llega por medio de la movilidad de mercancía y personas hasta los Andes y la Amazonía, en el caso boliviano. La pandemia tiene entonces una sola causa primordial (el “caso cero”) que se ha expandido exponencialmente. Ahora está claro que esta primera causa requiere, para tener el efecto que ha tenido hasta el día de hoy, una serie de condiciones favorables que tienen que ver con la globalización. La peste en la Edad Media ha sido también terrible, o aún más terrible por el alto grado de mortalidad, pero no podía expandirse de la misma forma exponencial y tan rápida como el coronavirus, porque el mundo de entonces todavía se separaba en contenedores más o menos aislados uno de otro, y la movilidad de bienes y personas ha sido ínfima en comparación con el siglo XXI.

No es cierto que, ante el coronavirus, todas y todos somos iguales, sino que – para parafrasear una célebre frase de George Orwell – “algunos son más iguales que otros”. Eso vemos claramente a la hora de tener o no suficientes equipos de cuidado intensivo, suministro de oxígeno, mascarillas o desinfectantes, y mucho más claro, cuando habrá vacunas disponibles o accesibles para protegerse contra el virus. Un país como Suiza, donde radico actualmente, tiene los equipos, personas profesionales, materiales y recursos económicos necesarios para adoptar medidas sin que la gente caiga en la pobreza o se halle desempleada. Nada de igualdad ante el virus, sino más bien al revés: la pandemia ahonda una vez más la brecha entre pobres y ricos, entre el Norte y Sur global que había ya antes de la pandemia. Sin embargo, la pandemia – y por eso se la llama “pandemia” – nos muestra un carácter de la globalización neoliberal existente: vivimos en una “aldea global”, en donde cada acontecimiento en una parte tiene repercusiones en todas las demás. Este fenómeno llamado “efecto mariposa” muestra que, a pesar de las grandes desigualdades existentes, hay una interdependencia global cada vez más acentuada.

Parecería entonces que este hecho producto de la globalización a ultranza podría repercutir también en un nuevo sentimiento de “solidaridad”, es decir de una nueva noción de cosmopolitismo o internacionalismo, plasmada en el imaginario de que todas y todos nos hallamos en el mismo barco. Pero lo que ocurre es lo contrario: cada país busca soluciones nacionales, el repliegue a lo “nacional” o inclusive a lo “étnico” y “regional” que ya se nota en lo político desde unos diez años, es tan consecuente, que a la hora de producir una vacuna contra Covid-19, los egoísmos nacionales revelan su cara más fea. A un problema global se busca soluciones nacionalistas, con todas las consecuencias para las personas afectadas. Tal como ya se practicaba en tiempos pre-corona, se cierra las fronteras para personas o al menos se hace muy difícil el traspase, pero se las abre indiscriminadamente para las mercancías. En el contexto de la globalización neoliberal, se ha bajado constantemente los obstáculos para la libre circulación de bienes, mediante Tratados de libre Comercio, pero a la vez, muchos países mantienen la obligación de obtener visa para las personas. Ahora el virus ha cerrado las fronteras no solo para personas que requieren una visa, sino también para las que antes podían circular libremente.

Esta paradoja manifiesta que no hemos entendido que la racionalidad causa-efecto y la lógica política del Estado-Nación ya no sirven ante una pandemia como es Covid-19. Se requiere de una racionalidad holística y de una perspectiva planetaria, o mucho más, de un enfoque cósmico, si articulamos la crisis pandémica con la crisis ecológica del cambio climático. La racionalidad occidental moderna predominante que se basa en la física newtoniana, el método cartesiano y la lógica binaria aristotélica, ya no está a la altura en tiempos de la complejidad y de caos, de interdependencia y de interculturalidad. Mientras que la pandemia es una manifestación de esta complejidad, las explicaciones y posibles soluciones recurren a modelos de simplicidad analítica, metodológica y paradigmática, por lo que parece que afrontamos a problemas de tipo cibernético con un simple martillo, a la pandemia con una simple vacuna. Esta práctica reduccionista revela la base analítica de las ciencias en perspectiva occidental: Si se comprende las partes, se comprende el todo. Es decir: desglosando todas las partes de un problema (por ejemplo: la pandemia o el virus), analizando cada una de estas partes, se puede llegar a entender el fenómeno. Es una forma actual del método analítica cartesiano que se basa en la física newtoniana y que ve el mundo como una “mega-máquina”. Cuando se quiere entender la vida de esta manera, hay que destruirla (descomponer un organismo en sus partes) para comprenderla, con el resultado de que no se comprende la vida, sino la materia muerta.

Tal como la vida, también el cambio climático o la pandemia son fenómenos holísticos que no se puede comprender de manera satisfactoria sólo por vía analítica. Se requiere de otro enfoque, de una racionalidad no-racionalista, pero sobre todo de otra concepción del mundo, de otra “cosmovisión” o “cosmo-espiritualidad” que la mecanicista, analítica, reduccionista y funcionalista de la modernidad occidental. No es suficiente “analizar” el virus SARS-CoV-2 hasta sus últimas partes genéticas, porque el virus y la subsiguiente pandemia son un síntoma de algo mucho más grande. Tomando esta perspectiva, ya no se busca encontrar “la” causa de la pandemia en un mercado en Wuhan en la China, sino que se pretende dar una explicación holística desde la perspectiva más amplia de que la pandemia es uno de los múltiples síntomas de una crisis globalizada que puede llamarse “civilizatoria”. Aunque también las otras “crisis” como la económica, financiera, ecológica o antropológica vienen causando víctimas entre seres humanos y demás seres vivos, en el caso de la pandemia se puede relacionar las muertes directamente con la pandemia, tal como nos muestran las estadísticas diarias. Pero también el capitalismo salvaje mata, al igual que el calentamiento de la tierra, el sistema financiero o el racismo y sexismo. Muchos indicios nos sugieren que la pandemia actual es la consecuencia de una serie de “desbalances” o “desequilibrios” del organismo llamado “cosmos” o pacha en el contexto andino. Una explicación mono-causal – un virus que pasó de un animal a un ser humano a fines de 2019 en Wuhan – no sirve para entender la magnitud de este desbalance.

2. El enfoque desde la cosmo-espiritualidad andina

Para la cosmo-espiritualidad andina (prefiero este término por sobre “cosmovisión”, porque éste sugiere de que se trate de una “teoría” y además es un reflejo de la prevalencia de Occidente por el sentido de la vista), la pandemia actual es un síntoma de una crisis generalizada que tiene larga duración de incubación. Tiene que ver con la aceleración del paradigma civilizacional occidental de “progreso”, “desarrollo” y “crecimiento económico”, tal como se acentúa desde los años 1980. El proceso de la globalización neoliberal, junto a un deterioro del medio ambiente y de una ética de responsabilidad como género humano, viene acentuando los síntomas de la “crisis civilizacional” con cada vez más rigor y visibilidad. La pandemia del coronavirus es la última etapa de esta crisis y de la aceleración de esta. No sólo atenta contra la vida humana, sino que acrecienta las ya existentes desigualdades entre ric@s y pobres, entre el Norte y el Sur globales, y lleva a un quiebre del modelo moderno de “desarrollo” y “progreso”. Hay muchos indicios de que la pandemia tiene que ver con el dogma del capitalismo salvaje de crecer de modo ilimitado, lo que en la medicina se conoce bajo el nombre de “cáncer”. Una globalización neoliberal a ultranza es el caldo de cultivo en el que el virus se podía propagar de manera rápida y sin consideración de clase, procedencia o estatus social.

La cosmo-espiritualidad andina, o si se quiere: la filosofía andina parte de supuestos totalmente opuestos a muchos de los principios de la modernidad occidental. Tiene una concepción cíclica y no lineal o dialéctica del tiempo, lo que significa que el futuro no está “delante” y que no necesariamente es “mejor” que el pasado. Como se dice aquí: mirando al pasado como punto de orientación, se anda de espalda al futuro, es decir: éste queda “atrás”. En la perspectiva de la filosofía andina, los presupuestos de la modernidad occidental dominante como el “progreso” y “desarrollo”, tienen que ver con la acumulación de bienes, capitales y servicios. Pero el afán cosmo-espiritual andino apunta a la idea opuesta e incompatible con la modernidad occidental del “Buen Vivir” (suma qamaña; allin kawsay). Y esta idea tiene su base en la convicción más profunda del senti-pensar andino de que todo tiene que ver con todo, es decir: que todo esté interconectado en una red de relaciones. Esta convicción se expresa en el axioma de la relacionalidad. La base fundamental de lo que existe no es la “sustancia”, el ente particular e individual, el “átomo” griego o el ego cogito de Descartes, sino la relación. Antes de que haya identidad personal e individual, existen relaciones de todo tipo: biológicas, familiares, ancestrales, espirituales, económicas, religiosas, rituales etc. En y a partir de esta red de relaciones, recién se da cierta “identidad” (aunque este concepto es muy eurocéntrico).

Del axioma de relacionalidad se deriva que ningún ser, ningún fenómeno o acontecimiento tenga razón de ser por sí mismo. No hay aislamiento ni absolutez (no-estar-en-relación), sino que cada fenómeno y acontecimiento tiene repercusiones en todos los demás, muy parecido al “fenómeno mariposa” que ya mencioné. Es por esta razón que la vía occidental de un “egoísmo ilustrado” y de la competencia económica y antropológica es un camino que atenta contra este axioma de la relacionalidad. Y aislar un fenómeno, como por ejemplo el coronavirus, no explica absolutamente nada. Más bien, la pandemia es justamente la expresión más nítida de este camino erróneo de la separación y del individualismo, del egoísmo que sustenta el afán de lucro y riqueza en el capitalismo desbordado. Es la consecuencia más dura de una concepción que empezó su desfile de aparente triunfo con el dualismo cartesiano, el mecanicismo empirista y positivista, el materialista capitalista y las ideas de un crecimiento ilimitado.

Un segundo punto que se junta al axioma de relacionalidad es la idea de “equilibrio” o “armonía”, es decir: de un orden equilibrado en el seno de la relacionalidad. Este equilibrio (t’inku) se manifiesta en el senti-pensar andino mediante ciertos principios derivados como los de complementariedad, correspondencia, reciprocidad y ciclicidad. Son la expresión de la convicción de que pacha es un “organismo” constituido de relaciones en equilibrio o desequilibrio, de acuerdo con las circunstancias y la injerencia del ser humano. Se trata de un “cosmos ordenado”, pero no en el sentido del mecanicismo empiricista de la modernidad occidental (el universo como mega-máquina), sino como un organismo “vivo” en un sentido no-biológico. Para la cosmo-espiritualidad andina, todo tiene vida, nada es inerte (panzoísmo o hilezoísmo). La “vida” (qamaña/jakaña – kawsay) es una característica “trascendental” del pacha, es decir, atraviesa todos los aspectos y niveles, ámbitos y tiempos. Se puede inclusive decir que toda relación verdadera es vida, y todo lo que vive, está en redes de relaciones; sin relacionalidad, no hay vida. Romper relaciones o destruir el equilibrio de la relacionalidad fundamental, significa siempre un atentado a la vida, una muerte lenta. Por ello, la racionalidad mecanicista y monetaria-bancaria del capitalismo neoliberal y de la explotación de los llamados “recursos naturales” por el ser humano (extractivismo) es considerada necrófila y nefasta para el equilibrio pachasófico.

Un tercer punto que es decisivo a la hora de tener una vista holística de la pandemia de Covid-19 desde la Filosofía Andina, es la concepción cíclica del tiempo. Para Occidente, el tiempo “corre” desde Alpha (inicio) hasta Omega (fin) en una línea más o menos continua, con la direccionalidad única y ascendente. Inclusive la concepción dialéctica (Hegel/Marx) sostiene los mismos principios de la linealidad (aunque en forma de zigzag), irreversibilidad, cuantificabilidad y progresividad: lo que “viene” es “mejor” de lo que haya pasado, el futuro siempre es promisorio, el pasado “anticuado” e irrecuperable. El tiempo es “neutro”, no tiene calidad, sino es medible y, por lo tanto, es un factor productivo (time is money). Para la concepción cíclica andina, el tiempo es como una espiral que “vuelve” después de cada ciclo a su punto de partida, aunque sea a otro nivel. De acuerdo con el principio del panzoísmo (“todo vive”), los ciclos se presentan a todos los niveles: astronómico, meteorológico, agrícola, social, familiar, pero también histórico. Este último es particularmente importante para entender los “momentos decisivos” en la historia tal como la Conquista o la pandemia actual, los puntos de quiebre o las “vueltas” del tiempo (pachakuti).

3. Pachakuti – una figura andina para entender la pandemia

La concepción predominante del tiempo a nivel global en tiempos de la pandemia es la occidental que es una suerte de síntesis entre la idea griega del “eterno retorno de lo mismo” y de la idea semita de la progresividad paulatina del tiempo y de la historia. Esta simbiosis entre la concepción circular griega y la concepción semita (judeo-cristiana) lineal, que es, en el fondo, una inconsistencia, se viene plasmando, desde el Renacimiento, como el sostén de lo que se suele llamar “desarrollo”, “progreso” y “crecimiento económico”. La inconsistencia no sólo resulta en el carácter incompatible entre el círculo cerrado y la línea abierta, sino también entre la necesidad y la contingencia, entre el destino ciego y la historicidad, entre un mundo cerrado y un mundo abierto, entre el ser y el devenir. En el determinismo casi metafísico del Mercado, tal como lo plantea el neoliberalismo, ambas concepciones se juntan: se trata de un modelo de linealidad y progresividad que presupone la “libertad” del Mercado y de sus actores (“Libre Mercado”), pero a la vez, se habla de la “inevitabilidad” del crecimiento y “progreso”: estamos condenad@s irremediablemente al crecimiento.

En comparación, en los Andes de Abya Yala (expresión indígena para el continente americano), el principio cíclico determina la vida en todos sus aspectos, inclusive lo espiritual y religioso. Pacha es la palabra quechumara (quechua y aimara) para referirse a este aspecto de ordenamiento en espacio y tiempo; es el cosmos ordenado, la estructura tripartida de espacio y tiempo (o, mejor dicho: de espacio-tiempo) que se rige por el principio fundante y fundamental de la relacionalidad. Todo está conectado con todo; no existe un ser “ab-soluto”, fuera de la red de relaciones que es el fundamento de la vida.

Esta red de relaciones – pacha – se rige por los principios de complementariedad, correspondencia, reciprocidad y ciclicidad, y se mantiene de esta manera en un equilibrio a lo largo de tiempo y espacio. Enfermedades, desastres naturales, pandemias como la actual del coronavirus y desigualdades socioeconómicas atentan contra este equilibrio de tal manera que se puede llegar a un “punto crítico” de quiebre que se llama pachakuti. Esta palabra quechumara significa literalmente el “retorno del pacha”, es decir la re-volución cósmica en un sentido disruptivo y no continuo. En el pachakuti se revela otro tipo de ciclicidad – aparte de los ciclos astronómicos, meteorológicos, agrícolas y biológicos – que tiene que ver con la historia (tanto humana como no-humana).

Según la cosmo-espiritualidad o Filosofía Andina, el pacha pasa por grandes ciclos que terminan en un pachakuti. De este, se abre posteriormente un nuevo ciclo con un equilibrio perfecto en un inicio (muy parecido a la metáfora bíblica del Jardín de Edén). Según l@s maestr@s sabi@s de los Andes, l@s amautas, yatiris o p’aqus, cada ciclo “histórico” abarca alrededor de 500 años. Se supone que la Conquista hace quinientos años fue un tal pachakuti, y que hoy estaríamos ante la inminente llegada de un nuevo pachakuti. Las señales de esta inminencia se pueden apreciar en el creciente desequilibrio, tanto en sentido social como ecológico, político y económico, pero sobre todo en el creciente número de las llamadas “desastres naturales”, pandemias y enfermedades terminales. El cambio climático y la pandemia del coronavirus son considerados señales manifiestas de que el pacha como relacionalidad equilibrada está por colapsar, porque por lo visto no hay remedio de restablecer el equilibrio dañado.

El rol del ser humano en la conservación o destrucción del equilibrio pachasófico es fundamental, porque es una chakana (“puente”) cósmica muy significativa, aunque de lejos la única y tampoco la más importante. Como chakana, el ser humano (runa/jaqi) cumple el rol de cuidante (arrariva) del orden cósmico, tanto a nivel del cuidado de la vida en todos sus aspectos como a nivel de la reproducción ritual de los lazos vitales entre los distintos niveles del pacha. A través del ritual, el pacha se hace presente tal como estuviera en su forma equilibrada, y se intenta, de este modo, “curar” en forma simbólica las “heridas” del pacha que causan desequilibrios y un desbalance. Sin embargo, hay situaciones tan dramáticas y traumáticas – como la Conquista hace quinientos años o la pandemia actual – que ya no pueden ser restablecidas mediante la representación ritual y simbólica. Se puede decir que las chakanas o puentes cósmicos son dañados de tal forma que ya no sirven de medio de articulación; el ser humano mismo como chakana ritual principal está en crisis (crisis antropológica).

En este caso, un pachakuti es inminente, es decir un cambio brusco muy parecido a una “revolución” en el plan sociopolítico. En la filosofía dialéctica, se habla del vuelco brusco de la cantidad en calidad, es decir: si una cierta cantidad (por ejemplo, el deterioro del planeta) llega a un punto crítico (“masa crítica”), de repente cambia la calidad de forma irreversible. Los parámetros de antes ya no sirven; la situación durante la crisis del coronavirus nos puede servir de ejemplo de este cambio brusco de lo evidente en su contrario. L@s sabi@s andin@s concuerdan con la ciencia occidental seria de que, en la actualidad, nos acercamos de manera acelerada a este punto, porque se trata de un momento de coincidencia de varias crisis: ecológica, económica, pandémica, política, espiritual, antropológica, financiera y civilizatoria. Este “punto de no-retorno” (point of no return) rompe con el esquema progresista de la linealidad continua del tiempo y hace manifiesto el carácter cíclico del universo (pacha) y de la realidad humana (kay/aka pacha).

En el punto crítico “ocurre” un pachakuti que pone fin a un ciclo (en este caso: el Antropoceno; el capitalismo; el extractivismo; la desigualdad creciente, según el punto de perspectiva) y da inicio a otro ciclo. Este nuevo ciclo no es la repetición circular al modo del fatalismo griego (“eterno retorno de lo mismo”), sino la oportunidad de una “nueva Tierra y un nuevo Cielo”, de un nuevo pacha equilibrado y armonioso. Sólo que el cambio no se produce de forma continua (como secuencias de “reformas”), sino de modo disruptivo, discontinuo y explosivo (como “revolución”), lo que implica, en perspectiva humana, un cierto grado de “violencia”. Es una violencia que es producto de un sinnúmero de actos violentos anteriores de seres humanos contra otros seres humanos y contra lo que Occidente llama la “naturaleza”. Es el bumerán de la criatura pisoteada, abusada, maltratada, explotada y saqueada.

Desequilibrios a nivel familiar, comunal e inclusive nacional y global pueden ser restablecidos normalmente, de acuerdo con el principio de la reciprocidad, por actos recíprocos de restablecimiento, retribución, “curación” y restauración del equilibrio, sea en forma ritual-simbólica, sea en forma “real” mediante instrumentos de repartición de la riqueza, “penitencia” económica (decrecimiento), equidad de relaciones y nuevas formas de solidaridad. En un mundo dominado por el principio (lineal) del crecimiento económico, este tipo de “reparaciones” atenta contra la misma lógica del “progreso” y, por tanto, es considerado un acto de “injusticia” frente al Mercado y su despliegue “perfecto”. “Misericordia” o “solidaridad” no pertenecen al vocabulario del Libre Mercado. Debido a este cinismo antihumano y anti-pachasófico, no hay otra salida a las múltiples crisis que un pachakuti.

El punto de no-retorno es inminente, aunque l@s sabi@s andin@s no conocen la fecha ni la forma en la que se produce. Sólo advierten de las muchas señales que hablan del desequilibrio cada vez más dramático en forma del calentamiento global, del aumento de la desigualdad entre una minoría riquísima y una mayoría empobrecida, de las pandemias y de la frecuencia acelerada de crisis económicas, financieras y políticas. En la perspectiva pachasófica, un tal pachakuti es la ultima ratio para el restablecimiento del equilibrio perdido, para que pueda surgir “una nueva Tierra y un nuevo Cielo”.

4. Lecciones a ser aprendidas

Tanto en 2008 con la crisis financiera como recientemente con el acuerdo de París sobre el cambio climático (2015), respecto a la pandemia por el coronavirus existe actualmente la tendencia de “olvidar” lo más rápido posible el hecho de que nos hallamos en medio de una crisis sistémica. La tendencia de gobiernos y sobre todo del sector privado de la economía consiste en “resolver el problema” de modo tecnocrático (mediante una vacuna que impide o un medicamento que cura las infecciones), sin que el sistema como tal tenga que sufrir cambios considerables. En esta perspectiva, habrá que volver lo más pronto posible a la “normalidad” del business as usual (negocios como usual), en el caso ideal: al status quo ante. Se olvida o simplemente se suprime el hecho de que esta supuesta “normalidad” es lejos de ser normal, porque la desaparición de un síntoma – tal como en 2008 el quiebre del mercado inmobiliario en EE. UU. – no ha resuelto el problema de fondo que es sistémico. La actual pandemia es un síntoma de una crisis sistémica, y no un simple accidente con consecuencias planetarias. El “sistema-mundo”, este complejo de la globalización neoliberal a ultranza está en crisis, lo que significa que hay que ver la crisis sanitaria actual como una pieza en el tablero de las múltiples crisis causadas por una “cosmovisión” y antropología que tienen sus raíces en la modernidad occidental y que vienen agudizándose en los últimos cincuenta años a un ritmo acelerado.

La cosmo-espiritualidad o Filosofía Andina puede ayudarnos en este cambio de perspectiva, para despedirnos de una idea “intervencionista” cortoplacista a una perspectiva holista que requiere de una racionalidad basada en la relacionalidad y no en la sustancialidad o atomicidad, respectivamente en el individualismo y egoísmo a nivel antropológico. Claro que nos asusta la inminencia de un pachakuti, pero el tiempo de pequeñas reformas y pasos lentos en ablandar las consecuencias del cambio climático y de la desigualdad económica, como de las consecuencias de la pandemia a largo plazo, ha pasado definitivamente. El equilibrio pachasófico (ético, antropológico, espiritual, ecológico, económico, político etc.) se ha dañado de tal modo que ya no se lo puedo restablecer por vía de “reformas” intra-sistémicas. Tal como la juventud de la “huelga climática” grita en sus pancartas: “System change – not climate change: ¡cambio del sistema, no del clima!” El pachakuti en perspectiva andina no es la consecuencia de un destino ciego, de una fatalidad, sino la consecuencia del obrar humano, de su capacidad de destrucción de la vida y del equilibrio pachasófico. El ser humano no es el demiurgo del mundo, el director de orquesta de esta máquina llamada “naturaleza”, sino su cuidante (arrariwa). El sistema de la extracción y explotación debe de ser cambiado por un sistema del “cuidado”, y este es probablemente más ginófilo que la actitud “masculina” y machista del sistema actual.

Desde el punto de visto andino, estamos ante la inminencia de un “cambio paradigmático” que no sólo implica un cambio de la matriz económica y política, sino de una antropología y ética predominantemente masculinas (competitiva, bélica, analítica) por una pachasofía femenina (solidaria, compasiva, sintética). Pero para no sacar conclusiones erróneas: esto no se refiere a los varones o a las mujeres, sino a modos de pensar y concebir el mundo, independientemente del sexo que uno/a tenga. No sólo estamos ante el inminente quiebre del modelo económico de un crecimiento ilimitado y de la explotación indiscriminada de la Pachamama, sino que presenciamos el quiebre del patriarcado y de sus moldes de pensar, tal como se ha exacerbado en la modernidad occidental. En este sentido, la cosmo-espiritualidad andina nos puede servir de “espejo” en un mundo que está dominado por la miopía y ceguera, en plena pandemia.

_________

Escrito por Josef Estermann*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en Bolivia y publicado el 16 de octubre de 2020.

*Filósofo y teólogo suizo.

**El presente artículo corresponde a una ponencia para el I Congreso Internacional en Investigación, Innovación y Emprendimiento en tiempos de Covid-19 organizado por la UNSAAC del 7 al 9 de octubre de 2020 en Cusco, Perú.

Comentarios

Entradas populares