La pandemia del coronavirus como pachakuti. Una perspectiva desde la cosmo-espiritualidad y filosofía andina
Por
Josef Estermann
La
pandemia de Covid19 (SARS-CoV-2 o coronavirus) que actualmente vivimos en todas
partes de nuestro planeta, es un gran dolor para mucha gente. Algunos han
perdido sus seres queridos, otros sufren aún de dolencias, muchos se ven
aislados, y un gran número lucha por la simple sobrevivencia por falta de
trabajo, recursos o apoyo. Vivimos tiempos extraordinarios en muchos sentidos.
La vida social prácticamente se ha congelado, redes de contactos fueron
deshechas, la economía sufre una de las caídas más dramáticas de la historia, y
la incertidumbre sobre el futuro se hace sentir hasta en lo más íntimo y
personal. Después del auge del PIB (Producto Interno Bruto) por más de diez
años consecutivos, las perspectivas se han invertido totalmente: la pobreza
aumenta en forma dramática, el desempleo también, los sistemas de salud y de
educación han colapsado prácticamente, y no se ve luz al otro lado del túnel.
Existen
muchos intentos de explicar esta pandemia, la gran mayoría mediante el recurso
a la ciencia de tipo occidental, otros mediante una reflexión de tipo
religioso, y no pocos mediante diferentes teorías de conspiración. La magnitud
de la pandemia requiere de reflexiones amplias, interculturales, fuera de lo
común, filosóficas. En el contexto andino, la pandemia que viene golpeando a
muchas personas, familias y comunidades es vista en el horizonte de lo que
suele llamarse "cosmo-espiritualidad" andina. Según ella, tanto la
pandemia de Covid19 como el cambio climático y el quiebre de los modelos
económicos modernos de desarrollo y progreso, tienen que ver con el desbalance
del equilibrio a nivel cósmico, espiritual, social y económico, lo que en
términos andinos se suele expresar por la figura del pachakuti. La presente
charla intenta dar pistas para una comprensión de la pandemia desde los
parámetros de la cosmo-espiritualidad andina.
1. De una explicación monocausal a una
perspectiva holística
En
vista de la prevalencia de expert@s en virología, epidemiología y vacunología,
resulta “despistado” o al menos “romántico” recurrir a la
“cosmo-espiritualidad” o “filosofía” andina, para tratar de comprender la
magnitud y trascendencia de lo que actualmente vivimos. Todo el mundo tiene
enfocada su mirada en la “ciencia” en sentido occidental, es decir en el
complejo científico-tecnológico en el campo de salud, y espera una solución de
tipo farmacéutico e inmunológico. En el campo económico, todo el mundo habla de
recuperar en tiempos post-pandemia la “normalidad” anterior a la crisis, del
funcionamiento de las actividades económicas sin restricciones del Libre
Mercado y del extractivismo mineral. Salvo los pocos grupos que se dejan llevar
por teorías conspirativas o sectores del fundamentalismo religioso que ven la
pandemia como castigo de Dios por la acumulación de pecados, la gran mayoría de
la gente considera la pandemia como la consecuencia de una concatenación de
eventos que tienen su origen en la China (concretamente: en un mercado de
animales salvajes en Wuhan).
La
racionalidad linear de causa y efecto explica la pandemia por una causa inicial
que se piensa ser el paso del coronavirus de un animal (¿murciélago,
armadillo?) a un primer ser humano infectado en el mes de noviembre de 2019, y
de ahí el contagio más o menos arbitrario de otros seres humanos en forma
exponencial. De este modo, la cadena de infecciones, es decir la cadena de
causas y efectos, llega por medio de la movilidad de mercancía y personas hasta
los Andes y la Amazonía, en el caso boliviano. La pandemia tiene entonces una
sola causa primordial (el “caso cero”) que se ha expandido exponencialmente.
Ahora está claro que esta primera causa requiere, para tener el efecto que ha
tenido hasta el día de hoy, una serie de condiciones favorables que tienen que
ver con la globalización. La peste en la Edad Media ha sido también terrible, o
aún más terrible por el alto grado de mortalidad, pero no podía expandirse de
la misma forma exponencial y tan rápida como el coronavirus, porque el mundo de
entonces todavía se separaba en contenedores más o menos aislados uno de otro,
y la movilidad de bienes y personas ha sido ínfima en comparación con el siglo
XXI.
No es
cierto que, ante el coronavirus, todas y todos somos iguales, sino que – para
parafrasear una célebre frase de George Orwell – “algunos son más iguales que
otros”. Eso vemos claramente a la hora de tener o no suficientes equipos de
cuidado intensivo, suministro de oxígeno, mascarillas o desinfectantes, y mucho
más claro, cuando habrá vacunas disponibles o accesibles para protegerse contra
el virus. Un país como Suiza, donde radico actualmente, tiene los equipos,
personas profesionales, materiales y recursos económicos necesarios para
adoptar medidas sin que la gente caiga en la pobreza o se halle desempleada.
Nada de igualdad ante el virus, sino más bien al revés: la pandemia ahonda una
vez más la brecha entre pobres y ricos, entre el Norte y Sur global que había
ya antes de la pandemia. Sin embargo, la pandemia – y por eso se la llama
“pandemia” – nos muestra un carácter de la globalización neoliberal existente:
vivimos en una “aldea global”, en donde cada acontecimiento en una parte tiene
repercusiones en todas las demás. Este fenómeno llamado “efecto mariposa”
muestra que, a pesar de las grandes desigualdades existentes, hay una
interdependencia global cada vez más acentuada.
Parecería
entonces que este hecho producto de la globalización a ultranza podría
repercutir también en un nuevo sentimiento de “solidaridad”, es decir de una
nueva noción de cosmopolitismo o internacionalismo, plasmada en el imaginario
de que todas y todos nos hallamos en el mismo barco. Pero lo que ocurre es lo
contrario: cada país busca soluciones nacionales, el repliegue a lo “nacional”
o inclusive a lo “étnico” y “regional” que ya se nota en lo político desde unos
diez años, es tan consecuente, que a la hora de producir una vacuna contra
Covid-19, los egoísmos nacionales revelan su cara más fea. A un problema global
se busca soluciones nacionalistas, con todas las consecuencias para las
personas afectadas. Tal como ya se practicaba en tiempos pre-corona, se cierra
las fronteras para personas o al menos se hace muy difícil el traspase, pero se
las abre indiscriminadamente para las mercancías. En el contexto de la
globalización neoliberal, se ha bajado constantemente los obstáculos para la
libre circulación de bienes, mediante Tratados de libre Comercio, pero a la
vez, muchos países mantienen la obligación de obtener visa para las personas.
Ahora el virus ha cerrado las fronteras no solo para personas que requieren una
visa, sino también para las que antes podían circular libremente.
Esta
paradoja manifiesta que no hemos entendido que la racionalidad causa-efecto y
la lógica política del Estado-Nación ya no sirven ante una pandemia como es
Covid-19. Se requiere de una racionalidad holística y de una perspectiva
planetaria, o mucho más, de un enfoque cósmico, si articulamos la crisis
pandémica con la crisis ecológica del cambio climático. La racionalidad
occidental moderna predominante que se basa en la física newtoniana, el método
cartesiano y la lógica binaria aristotélica, ya no está a la altura en tiempos
de la complejidad y de caos, de interdependencia y de interculturalidad.
Mientras que la pandemia es una manifestación de esta complejidad, las
explicaciones y posibles soluciones recurren a modelos de simplicidad
analítica, metodológica y paradigmática, por lo que parece que afrontamos a
problemas de tipo cibernético con un simple martillo, a la pandemia con una
simple vacuna. Esta práctica reduccionista revela la base analítica de las
ciencias en perspectiva occidental: Si se comprende las partes, se comprende el
todo. Es decir: desglosando todas las partes de un problema (por ejemplo: la
pandemia o el virus), analizando cada una de estas partes, se puede llegar a
entender el fenómeno. Es una forma actual del método analítica cartesiano que
se basa en la física newtoniana y que ve el mundo como una “mega-máquina”.
Cuando se quiere entender la vida de esta manera, hay que destruirla (descomponer
un organismo en sus partes) para comprenderla, con el resultado de que no se
comprende la vida, sino la materia muerta.
Tal
como la vida, también el cambio climático o la pandemia son fenómenos
holísticos que no se puede comprender de manera satisfactoria sólo por vía
analítica. Se requiere de otro enfoque, de una racionalidad no-racionalista,
pero sobre todo de otra concepción del mundo, de otra “cosmovisión” o
“cosmo-espiritualidad” que la mecanicista, analítica, reduccionista y
funcionalista de la modernidad occidental. No es suficiente “analizar” el virus
SARS-CoV-2 hasta sus últimas partes genéticas, porque el virus y la
subsiguiente pandemia son un síntoma de algo mucho más grande. Tomando esta
perspectiva, ya no se busca encontrar “la” causa de la pandemia en un mercado
en Wuhan en la China, sino que se pretende dar una explicación holística desde
la perspectiva más amplia de que la pandemia es uno de los múltiples síntomas
de una crisis globalizada que puede llamarse “civilizatoria”. Aunque también
las otras “crisis” como la económica, financiera, ecológica o antropológica
vienen causando víctimas entre seres humanos y demás seres vivos, en el caso de
la pandemia se puede relacionar las muertes directamente con la pandemia, tal
como nos muestran las estadísticas diarias. Pero también el capitalismo salvaje
mata, al igual que el calentamiento de la tierra, el sistema financiero o el
racismo y sexismo. Muchos indicios nos sugieren que la pandemia actual es la
consecuencia de una serie de “desbalances” o “desequilibrios” del organismo
llamado “cosmos” o pacha en el contexto andino. Una explicación mono-causal –
un virus que pasó de un animal a un ser humano a fines de 2019 en Wuhan – no
sirve para entender la magnitud de este desbalance.
2. El enfoque desde la cosmo-espiritualidad
andina
Para
la cosmo-espiritualidad andina (prefiero este término por sobre “cosmovisión”,
porque éste sugiere de que se trate de una “teoría” y además es un reflejo de
la prevalencia de Occidente por el sentido de la vista), la pandemia actual es
un síntoma de una crisis generalizada que tiene larga duración de incubación.
Tiene que ver con la aceleración del paradigma civilizacional occidental de
“progreso”, “desarrollo” y “crecimiento económico”, tal como se acentúa desde
los años 1980. El proceso de la globalización neoliberal, junto a un deterioro
del medio ambiente y de una ética de responsabilidad como género humano, viene
acentuando los síntomas de la “crisis civilizacional” con cada vez más rigor y
visibilidad. La pandemia del coronavirus es la última etapa de esta crisis y de
la aceleración de esta. No sólo atenta contra la vida humana, sino que
acrecienta las ya existentes desigualdades entre ric@s y pobres, entre el Norte
y el Sur globales, y lleva a un quiebre del modelo moderno de “desarrollo” y
“progreso”. Hay muchos indicios de que la pandemia tiene que ver con el dogma
del capitalismo salvaje de crecer de modo ilimitado, lo que en la medicina se
conoce bajo el nombre de “cáncer”. Una globalización neoliberal a ultranza es
el caldo de cultivo en el que el virus se podía propagar de manera rápida y sin
consideración de clase, procedencia o estatus social.
La
cosmo-espiritualidad andina, o si se quiere: la filosofía andina parte de
supuestos totalmente opuestos a muchos de los principios de la modernidad
occidental. Tiene una concepción cíclica y no lineal o dialéctica del tiempo,
lo que significa que el futuro no está “delante” y que no necesariamente es
“mejor” que el pasado. Como se dice aquí: mirando al pasado como punto de
orientación, se anda de espalda al futuro, es decir: éste queda “atrás”. En la
perspectiva de la filosofía andina, los presupuestos de la modernidad
occidental dominante como el “progreso” y “desarrollo”, tienen que ver con la
acumulación de bienes, capitales y servicios. Pero el afán cosmo-espiritual
andino apunta a la idea opuesta e incompatible con la modernidad occidental del
“Buen Vivir” (suma qamaña; allin kawsay). Y esta idea tiene su base en la
convicción más profunda del senti-pensar andino de que todo tiene que ver con
todo, es decir: que todo esté interconectado en una red de relaciones. Esta
convicción se expresa en el axioma de la relacionalidad. La base fundamental de
lo que existe no es la “sustancia”, el ente particular e individual, el “átomo”
griego o el ego cogito de Descartes, sino la relación. Antes de que haya
identidad personal e individual, existen relaciones de todo tipo: biológicas,
familiares, ancestrales, espirituales, económicas, religiosas, rituales etc. En
y a partir de esta red de relaciones, recién se da cierta “identidad” (aunque
este concepto es muy eurocéntrico).
Del
axioma de relacionalidad se deriva que ningún ser, ningún fenómeno o
acontecimiento tenga razón de ser por sí mismo. No hay aislamiento ni absolutez
(no-estar-en-relación), sino que cada fenómeno y acontecimiento tiene
repercusiones en todos los demás, muy parecido al “fenómeno mariposa” que ya
mencioné. Es por esta razón que la vía occidental de un “egoísmo ilustrado” y
de la competencia económica y antropológica es un camino que atenta contra este
axioma de la relacionalidad. Y aislar un fenómeno, como por ejemplo el
coronavirus, no explica absolutamente nada. Más bien, la pandemia es justamente
la expresión más nítida de este camino erróneo de la separación y del
individualismo, del egoísmo que sustenta el afán de lucro y riqueza en el
capitalismo desbordado. Es la consecuencia más dura de una concepción que
empezó su desfile de aparente triunfo con el dualismo cartesiano, el
mecanicismo empirista y positivista, el materialista capitalista y las ideas de
un crecimiento ilimitado.
Un
segundo punto que se junta al axioma de relacionalidad es la idea de
“equilibrio” o “armonía”, es decir: de un orden equilibrado en el seno de la
relacionalidad. Este equilibrio (t’inku) se manifiesta en el senti-pensar
andino mediante ciertos principios derivados como los de complementariedad,
correspondencia, reciprocidad y ciclicidad. Son la expresión de la convicción
de que pacha es un “organismo” constituido de relaciones en equilibrio o
desequilibrio, de acuerdo con las circunstancias y la injerencia del ser
humano. Se trata de un “cosmos ordenado”, pero no en el sentido del mecanicismo
empiricista de la modernidad occidental (el universo como mega-máquina), sino como
un organismo “vivo” en un sentido no-biológico. Para la cosmo-espiritualidad
andina, todo tiene vida, nada es inerte (panzoísmo o hilezoísmo). La “vida”
(qamaña/jakaña – kawsay) es una característica “trascendental” del pacha, es
decir, atraviesa todos los aspectos y niveles, ámbitos y tiempos. Se puede
inclusive decir que toda relación verdadera es vida, y todo lo que vive, está
en redes de relaciones; sin relacionalidad, no hay vida. Romper relaciones o
destruir el equilibrio de la relacionalidad fundamental, significa siempre un
atentado a la vida, una muerte lenta. Por ello, la racionalidad mecanicista y
monetaria-bancaria del capitalismo neoliberal y de la explotación de los
llamados “recursos naturales” por el ser humano (extractivismo) es considerada
necrófila y nefasta para el equilibrio pachasófico.
Un
tercer punto que es decisivo a la hora de tener una vista holística de la
pandemia de Covid-19 desde la Filosofía Andina, es la concepción cíclica del
tiempo. Para Occidente, el tiempo “corre” desde Alpha (inicio) hasta Omega
(fin) en una línea más o menos continua, con la direccionalidad única y
ascendente. Inclusive la concepción dialéctica (Hegel/Marx) sostiene los mismos
principios de la linealidad (aunque en forma de zigzag), irreversibilidad,
cuantificabilidad y progresividad: lo que “viene” es “mejor” de lo que haya
pasado, el futuro siempre es promisorio, el pasado “anticuado” e irrecuperable.
El tiempo es “neutro”, no tiene calidad, sino es medible y, por lo tanto, es un
factor productivo (time is money). Para la concepción cíclica andina, el tiempo
es como una espiral que “vuelve” después de cada ciclo a su punto de partida,
aunque sea a otro nivel. De acuerdo con el principio del panzoísmo (“todo
vive”), los ciclos se presentan a todos los niveles: astronómico,
meteorológico, agrícola, social, familiar, pero también histórico. Este último
es particularmente importante para entender los “momentos decisivos” en la
historia tal como la Conquista o la pandemia actual, los puntos de quiebre o las
“vueltas” del tiempo (pachakuti).
3. Pachakuti – una figura andina para
entender la pandemia
La
concepción predominante del tiempo a nivel global en tiempos de la pandemia es
la occidental que es una suerte de síntesis entre la idea griega del “eterno retorno
de lo mismo” y de la idea semita de la progresividad paulatina del tiempo y de
la historia. Esta simbiosis entre la concepción circular griega y la concepción
semita (judeo-cristiana) lineal, que es, en el fondo, una inconsistencia, se
viene plasmando, desde el Renacimiento, como el sostén de lo que se suele
llamar “desarrollo”, “progreso” y “crecimiento económico”. La inconsistencia no
sólo resulta en el carácter incompatible entre el círculo cerrado y la línea
abierta, sino también entre la necesidad y la contingencia, entre el destino
ciego y la historicidad, entre un mundo cerrado y un mundo abierto, entre el
ser y el devenir. En el determinismo casi metafísico del Mercado, tal como lo
plantea el neoliberalismo, ambas concepciones se juntan: se trata de un modelo
de linealidad y progresividad que presupone la “libertad” del Mercado y de sus
actores (“Libre Mercado”), pero a la vez, se habla de la “inevitabilidad” del
crecimiento y “progreso”: estamos condenad@s irremediablemente al crecimiento.
En comparación,
en los Andes de Abya Yala (expresión indígena para el continente americano), el
principio cíclico determina la vida en todos sus aspectos, inclusive lo
espiritual y religioso. Pacha es la palabra quechumara (quechua y aimara) para
referirse a este aspecto de ordenamiento en espacio y tiempo; es el cosmos
ordenado, la estructura tripartida de espacio y tiempo (o, mejor dicho: de
espacio-tiempo) que se rige por el principio fundante y fundamental de la
relacionalidad. Todo está conectado con todo; no existe un ser “ab-soluto”,
fuera de la red de relaciones que es el fundamento de la vida.
Esta
red de relaciones – pacha – se rige por los principios de complementariedad,
correspondencia, reciprocidad y ciclicidad, y se mantiene de esta manera en un
equilibrio a lo largo de tiempo y espacio. Enfermedades, desastres naturales,
pandemias como la actual del coronavirus y desigualdades socioeconómicas
atentan contra este equilibrio de tal manera que se puede llegar a un “punto
crítico” de quiebre que se llama pachakuti. Esta palabra quechumara significa
literalmente el “retorno del pacha”, es decir la re-volución cósmica en un
sentido disruptivo y no continuo. En el pachakuti se revela otro tipo de
ciclicidad – aparte de los ciclos astronómicos, meteorológicos, agrícolas y
biológicos – que tiene que ver con la historia (tanto humana como no-humana).
Según
la cosmo-espiritualidad o Filosofía Andina, el pacha pasa por grandes ciclos
que terminan en un pachakuti. De este, se abre posteriormente un nuevo ciclo con
un equilibrio perfecto en un inicio (muy parecido a la metáfora bíblica del
Jardín de Edén). Según l@s maestr@s sabi@s de los Andes, l@s amautas, yatiris o
p’aqus, cada ciclo “histórico” abarca alrededor de 500 años. Se supone que la
Conquista hace quinientos años fue un tal pachakuti, y que hoy estaríamos ante
la inminente llegada de un nuevo pachakuti. Las señales de esta inminencia se
pueden apreciar en el creciente desequilibrio, tanto en sentido social como
ecológico, político y económico, pero sobre todo en el creciente número de las
llamadas “desastres naturales”, pandemias y enfermedades terminales. El cambio
climático y la pandemia del coronavirus son considerados señales manifiestas de
que el pacha como relacionalidad equilibrada está por colapsar, porque por lo
visto no hay remedio de restablecer el equilibrio dañado.
El
rol del ser humano en la conservación o destrucción del equilibrio pachasófico
es fundamental, porque es una chakana (“puente”) cósmica muy significativa,
aunque de lejos la única y tampoco la más importante. Como chakana, el ser
humano (runa/jaqi) cumple el rol de cuidante (arrariva) del orden cósmico,
tanto a nivel del cuidado de la vida en todos sus aspectos como a nivel de la
reproducción ritual de los lazos vitales entre los distintos niveles del pacha.
A través del ritual, el pacha se hace presente tal como estuviera en su forma
equilibrada, y se intenta, de este modo, “curar” en forma simbólica las
“heridas” del pacha que causan desequilibrios y un desbalance. Sin embargo, hay
situaciones tan dramáticas y traumáticas – como la Conquista hace quinientos
años o la pandemia actual – que ya no pueden ser restablecidas mediante la
representación ritual y simbólica. Se puede decir que las chakanas o puentes
cósmicos son dañados de tal forma que ya no sirven de medio de articulación; el
ser humano mismo como chakana ritual principal está en crisis (crisis
antropológica).
En
este caso, un pachakuti es inminente, es decir un cambio brusco muy parecido a
una “revolución” en el plan sociopolítico. En la filosofía dialéctica, se habla
del vuelco brusco de la cantidad en calidad, es decir: si una cierta cantidad
(por ejemplo, el deterioro del planeta) llega a un punto crítico (“masa
crítica”), de repente cambia la calidad de forma irreversible. Los parámetros
de antes ya no sirven; la situación durante la crisis del coronavirus nos puede
servir de ejemplo de este cambio brusco de lo evidente en su contrario. L@s
sabi@s andin@s concuerdan con la ciencia occidental seria de que, en la actualidad,
nos acercamos de manera acelerada a este punto, porque se trata de un momento
de coincidencia de varias crisis: ecológica, económica, pandémica, política,
espiritual, antropológica, financiera y civilizatoria. Este “punto de
no-retorno” (point of no return) rompe con el esquema progresista de la
linealidad continua del tiempo y hace manifiesto el carácter cíclico del
universo (pacha) y de la realidad humana (kay/aka pacha).
En el
punto crítico “ocurre” un pachakuti que pone fin a un ciclo (en este caso: el
Antropoceno; el capitalismo; el extractivismo; la desigualdad creciente, según
el punto de perspectiva) y da inicio a otro ciclo. Este nuevo ciclo no es la
repetición circular al modo del fatalismo griego (“eterno retorno de lo
mismo”), sino la oportunidad de una “nueva Tierra y un nuevo Cielo”, de un
nuevo pacha equilibrado y armonioso. Sólo que el cambio no se produce de forma
continua (como secuencias de “reformas”), sino de modo disruptivo, discontinuo
y explosivo (como “revolución”), lo que implica, en perspectiva humana, un
cierto grado de “violencia”. Es una violencia que es producto de un sinnúmero
de actos violentos anteriores de seres humanos contra otros seres humanos y
contra lo que Occidente llama la “naturaleza”. Es el bumerán de la criatura
pisoteada, abusada, maltratada, explotada y saqueada.
Desequilibrios
a nivel familiar, comunal e inclusive nacional y global pueden ser
restablecidos normalmente, de acuerdo con el principio de la reciprocidad, por
actos recíprocos de restablecimiento, retribución, “curación” y restauración
del equilibrio, sea en forma ritual-simbólica, sea en forma “real” mediante
instrumentos de repartición de la riqueza, “penitencia” económica
(decrecimiento), equidad de relaciones y nuevas formas de solidaridad. En un
mundo dominado por el principio (lineal) del crecimiento económico, este tipo
de “reparaciones” atenta contra la misma lógica del “progreso” y, por tanto, es
considerado un acto de “injusticia” frente al Mercado y su despliegue
“perfecto”. “Misericordia” o “solidaridad” no pertenecen al vocabulario del
Libre Mercado. Debido a este cinismo antihumano y anti-pachasófico, no hay otra
salida a las múltiples crisis que un pachakuti.
El
punto de no-retorno es inminente, aunque l@s sabi@s andin@s no conocen la fecha
ni la forma en la que se produce. Sólo advierten de las muchas señales que
hablan del desequilibrio cada vez más dramático en forma del calentamiento
global, del aumento de la desigualdad entre una minoría riquísima y una mayoría
empobrecida, de las pandemias y de la frecuencia acelerada de crisis
económicas, financieras y políticas. En la perspectiva pachasófica, un tal
pachakuti es la ultima ratio para el restablecimiento del equilibrio perdido,
para que pueda surgir “una nueva Tierra y un nuevo Cielo”.
4. Lecciones a ser aprendidas
Tanto
en 2008 con la crisis financiera como recientemente con el acuerdo de París
sobre el cambio climático (2015), respecto a la pandemia por el coronavirus
existe actualmente la tendencia de “olvidar” lo más rápido posible el hecho de
que nos hallamos en medio de una crisis sistémica. La tendencia de gobiernos y
sobre todo del sector privado de la economía consiste en “resolver el problema”
de modo tecnocrático (mediante una vacuna que impide o un medicamento que cura
las infecciones), sin que el sistema como tal tenga que sufrir cambios
considerables. En esta perspectiva, habrá que volver lo más pronto posible a la
“normalidad” del business as usual (negocios como usual), en el caso ideal: al
status quo ante. Se olvida o simplemente se suprime el hecho de que esta
supuesta “normalidad” es lejos de ser normal, porque la desaparición de un
síntoma – tal como en 2008 el quiebre del mercado inmobiliario en EE. UU. – no
ha resuelto el problema de fondo que es sistémico. La actual pandemia es un
síntoma de una crisis sistémica, y no un simple accidente con consecuencias
planetarias. El “sistema-mundo”, este complejo de la globalización neoliberal a
ultranza está en crisis, lo que significa que hay que ver la crisis sanitaria
actual como una pieza en el tablero de las múltiples crisis causadas por una
“cosmovisión” y antropología que tienen sus raíces en la modernidad occidental
y que vienen agudizándose en los últimos cincuenta años a un ritmo acelerado.
La
cosmo-espiritualidad o Filosofía Andina puede ayudarnos en este cambio de
perspectiva, para despedirnos de una idea “intervencionista” cortoplacista a
una perspectiva holista que requiere de una racionalidad basada en la
relacionalidad y no en la sustancialidad o atomicidad, respectivamente en el
individualismo y egoísmo a nivel antropológico. Claro que nos asusta la
inminencia de un pachakuti, pero el tiempo de pequeñas reformas y pasos lentos
en ablandar las consecuencias del cambio climático y de la desigualdad
económica, como de las consecuencias de la pandemia a largo plazo, ha pasado
definitivamente. El equilibrio pachasófico (ético, antropológico, espiritual,
ecológico, económico, político etc.) se ha dañado de tal modo que ya no se lo
puedo restablecer por vía de “reformas” intra-sistémicas. Tal como la juventud
de la “huelga climática” grita en sus pancartas: “System change – not climate
change: ¡cambio del sistema, no del clima!” El pachakuti en perspectiva andina
no es la consecuencia de un destino ciego, de una fatalidad, sino la
consecuencia del obrar humano, de su capacidad de destrucción de la vida y del
equilibrio pachasófico. El ser humano no es el demiurgo del mundo, el director
de orquesta de esta máquina llamada “naturaleza”, sino su cuidante (arrariwa).
El sistema de la extracción y explotación debe de ser cambiado por un sistema
del “cuidado”, y este es probablemente más ginófilo que la actitud “masculina”
y machista del sistema actual.
Desde
el punto de visto andino, estamos ante la inminencia de un “cambio paradigmático”
que no sólo implica un cambio de la matriz económica y política, sino de una
antropología y ética predominantemente masculinas (competitiva, bélica,
analítica) por una pachasofía femenina (solidaria, compasiva, sintética). Pero
para no sacar conclusiones erróneas: esto no se refiere a los varones o a las
mujeres, sino a modos de pensar y concebir el mundo, independientemente del
sexo que uno/a tenga. No sólo estamos ante el inminente quiebre del modelo
económico de un crecimiento ilimitado y de la explotación indiscriminada de la
Pachamama, sino que presenciamos el quiebre del patriarcado y de sus moldes de
pensar, tal como se ha exacerbado en la modernidad occidental. En este sentido,
la cosmo-espiritualidad andina nos puede servir de “espejo” en un mundo que
está dominado por la miopía y ceguera, en plena pandemia.
_________
Escrito
por Josef Estermann*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en
Bolivia y publicado el 16 de octubre de 2020.
*Filósofo
y teólogo suizo.
**El
presente artículo corresponde a una ponencia para el I Congreso Internacional
en Investigación, Innovación y Emprendimiento en tiempos de Covid-19 organizado
por la UNSAAC del 7 al 9 de octubre de 2020 en Cusco, Perú.
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