Expresiones del racismo: ver y no mirar
El racismo es
una creencia según la cual las personas que no viven plenamente instaladas en
la cultura socialmente superior y, además, exhiben determinado fenotipo
(expresión corporal de una genética) poseen un menor valor social.
Es una
creencia falsa e ilegal, pero eso no impide que guíe la práctica de aquellos
grupos que por razones históricas tienen el poder social suficiente para
imponerse –e imponer su creencia– en la mayoría de las interacciones en las que
participan. Estos grupos –en nuestro país, los blancos y los exitosamente
blanqueados– heredan esta creencia como un componente de su “saber grupal”, y la
conservan y siguen porque les ayuda a reproducir su dominio sobre otros grupos,
los “indios” y los “cholos”, con los que compiten en distintos campos sociales:
la vida cotidiana, el trabajo y la política.
Dicha creencia
se traduce en la expectativa de que indios y cholos, cuyo poder social se
presume como nulo, se subordinen siempre a las órdenes, decisiones, sugerencias
y estímulos de los blancos. Tanto la creencia como la expectativa
correspondiente son inconscientes y, cuando no, son inconfesables. No obstante,
sabemos que existen porque se manifiestan de múltiples formas objetivas, que
vamos a ir describiendo en este espacio, una por una.
La primera de
la que hablaremos es la tendencia de los blancos a “ver sin mirar” a los
indígenas, es decir, a ignorar la presencia física de estos, en especial de los
más pobres. Esta conducta no es premeditada, sino, una vez más, inconsciente.
Se observa por ejemplo cuando el servicio doméstico, que siempre es indígena,
deambula entre los patrones y sus invitados y estos no reparan en él, ni para
saludarle ni para interesarse por lo que hace. ¿Por qué?
Porque los
indígenas, en tanto carecen –o se supone que carecen– de todo poder social
(económico, cultural, político o corporal), no pueden dar ninguna orden,
imponer ninguna decisión, hacer ninguna sugerencia, proporcionar ningún
estímulo. No son actores, sino exclusivamente espectadores del juego del poder
social, que asienten sin comprometerse en la acción.
De ahí la
diferencia en el tipo de interacción que se da entre los blancos y diferentes
grupos de servidores no domésticos (cocineros, mozos, peluqueros y mecánicos),
según estos sean indígenas o sean blancos (lo que es raro, pero ahora ocurre de
vez en cuando). Por decirlo rápido, a los segundos se los mira, mientras que a
los primeros solamente se los ve, incluso cuando no se pretende ser descortés
con ellos.
Existen por
supuesto expresiones más indudables del racismo de nuestra sociedad, pero esta
de la invisibilización resulta particularmente significativa y violenta.
Significa una suerte de “destierro” de los indígenas de la comunidad. Significa
su “reificación” o transformación en objetos de los que se tiene una
experiencia (son empíricos), pero con los que, como es lógico, no se dialoga.
Cosas sin alma, cuerpos vacíos de energía libidinal.
Podemos
encontrar un ejemplo reciente en un video que retrata a un candidato que es
abordado por un niño que le pide una limosna, y que responde algo así como
“nada”, pero que al mismo tiempo sigue de largo sin hacer ninguno de los gestos
faciales o corporales que constituyen las reacciones normales de una persona
que se encuentra con otra (en particular la de mirarla).
En este video,
ese niño se desvanece: se vuelve invisible. Puede discutirse si sufre esta
radical marginación por su condición de indígena, de pobre o porque es un
incordio para el candidato (ya que este, igual que todos, tiene derecho a la
privacidad). No podemos saberlo a ciencia cierta. Sin embargo, es evidente que
muchos indígenas, incluso indígenas con cierta posición económica, tienen que
vivir momentos como este en los que son “borrados”. Momentos de alienación
radical, de total falta de reconocimiento.
Este mismo
efecto se produjo en dimensiones macrosociales después de los hechos
sangrientos de noviembre pasado en Sacaba y Senkata. Por mi profesión estuve en
este segundo sitio y pude entrevistar a vecinos indígenas tremendamente
indignados porque, pese a la gravedad de lo que les había pasado, la prensa
nacional no cubría su tragedia. Se sentían como personajes de “Cien años de
soledad”: víctimas de la “peste del olvido”.
La incapacidad
de la élite blanca del país (políticos, periodistas, intelectuales,
empresarios) de mirar a los indígenas, de establecer una relación real con
ellos, es el inicio de muchos de los males nacionales. Pocas veces se quiere
admitir en que esta incapacidad tiene una base y solo una: el racismo.
_________
Escrito por Fernando Molina*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en Bolivia y publicado el 05/01/2020.
**Este artículo fue simultáneamente publicado en el periódico "La Razón".
*Periodista y
escritor.
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