Crítica al mundo aymara contemporáneo

 

Es importante recordar que la crítica dentro del ámbito filosófico no necesariamente es sinónimo de ataque o destrucción sino de identificar aciertos, inconsistencias y lanzar algunas interrogantes con el fin de abrir diálogo e ir encontrando respuestas.

Aclarado esto, a continuación me propongo reflexionar sobre las razones que llevan a los intelectuales aymaras a celebrar efusivamente la reciente destrucción del bloque de izquierda. De igual forma, tomando en cuenta que en las últimas dos décadas se ha difundido con cierta amplitud la denominada Filosofía Andina, considero pertinente contrastarla con las actuales dinámicas en las que ha devenido el mundo aymara contemporáneo. Empecemos.

El mundo aymara destaca por una serie de virtudes: solidaridad, comunidad, adaptabilidad (haciéndole frente a las condiciones más adversas), persistencia, apropiación, disciplina laboral y una determinación imparable en aquello que se propone.

Es consecuencia de la inauguración de carretera La Paz-Arica en 1996 que se conformó una nueva burguesía aymara en la región andina de Bolivia. Los comerciantes de los departamentos de La Paz y Oruro innovaron con la importación de toneladas de productos traídos de Iquique, afrontando condiciones adversas, durmiendo en los tráileres con temperaturas bajo cero, sufriendo maltratos y discriminación por parte de autoridades y ciudadanos chilenos, y asumiendo la difícil labor de forjar un mercado nuevo frente a otro ya establecido formalmente en el país.  

La modernidad tecnológica expresada en televisores, reproductores de video, minicomponentes, computadoras portátiles e impresoras llegó a Bolivia a través de la nueva carretera y gracias a la persistencia y organización del gremio de comerciantes importadores. La carretera significó un salto cualitativo en comparación con el ferrocarril que acaba de ser clausurado al público (junto con la Estación Central) en la misma zona que el surtidor de YPFB, antes de subir a la Terminal de Buses, fue puesto en ruinas por el neoliberalismo.

El enriquecimiento de esta nueva burguesía no solo fue consecuencia de la gran aceptación ciudadana por las ofertas y precios competitivos (frente a las tiendas formalmente establecidas que importaban los mismos productos desde EE.UU. y a un costo mucho más alto) sino también de la no obligación de emitir factura, el laxo control de aduanas, la facilidad del contrabando en la frontera boliviana y el no planteamiento del Estado neoliberal por cobrar impuestos y fiscalizar las importaciones.

Hacia fines de 1999 era común encontrar en El Alto, la más nueva de las ciudades bolivianas, edificios de aspecto sumamente rústico por fuera pero con lujo de palacio por dentro. Poco después, se tiene registro de los primeros cholets, término despectivo que refería al chalé o chalet poseído por un cholo dentro de una zona chola.

A pesar del millonario enriquecimiento, El Alto seguía siendo una ciudad de notoria pobreza, carente de asfalto, alcantarillado, agua potable, etc. Para las elecciones generales de 2002, la identidad de los alteños todavía estaba fuertemente enraizada con las tradiciones denominadas “ancestrales”, la solidaridad étnica de compartir la pobreza y la defensa de las pocas concesiones que les otorgaba el Estado neoliberal. Tras la guerra del agua en Cochabamba, febrero negro y octubre negro de 2003, la ciudad de El Alto encabezó la lucha contra el Estado criolloide que había lanzado un impuestazo al salario mínimo de 440Bs., pretendía vender el gas por Chile y se negaba a realizar una verdadera Asamblea Constituyente que finalmente incluyera a todos los grupos sociales y pueblos indígenas del país.

Luego de la crisis y colapso del Estado neoliberal, el MAS-IPSP triunfa electoralmente en 2005 con casi el 54% de votos a favor, alcanzando una verdadera mayoría absoluta por primera vez en la historia boliviana. El gobierno de Evo Morales se tradujo rápidamente en la indianización del Estado. Nunca antes se había visto un ministro, viceministro (o mucho menos un presidente) que sea indígena y/o de origen rural. El MAS incorporó 36 naciones indígenas a la nueva constitución, el pluralismo lingüístico y los principios éticos del mundo andino principalmente, pero también del amazónico.

El MAS promocionó la reivindicación de las culturas indígenas que la colonia española y la república criolla se habían encargado de neutralizar. Como lo hace notar Françoise Martinez, el “problema del indio” tenía que resolverse, según los liberales, a través de la regeneración de raza y su inserción en la modernidad, abandonando sus costumbres, creencias, tradiciones, formas de organización política y, especialmente, sus lenguas nativas.                    

Sin embargo, la reivindicación de las culturas indígenas rápidamente recibió críticas de estar reducida a una mera expresión folklórica. Asimismo, la obligatoriedad de que los funcionarios públicos hablen un idioma nativo, al menos en nivel inicial, aparecía como tardía o extemporánea, después de todo, la castellanización prácticamente ya había barrido con todo el país y la popularidad de institutos de inglés, francés y alemán estaba en boga.    

El gobierno del MAS implementó políticas económicas y sociales trascendentales: nacionalización de los hidrocarburos, de las telecomunicaciones, de los servicios básicos, construcción de escuelas, carreteras y centros de salud, bonos sociales, democratización de los cargos públicos mediante la coparticipación de una gran cantidad de organizaciones sociales, todo, con tropiezos y bemoles. En cualquier caso, hasta 2019 redujo la pobreza de un 60% a un 34%, acompañándole el denominado milagro económico boliviano.

De la combinación de dos factores: la permanencia de la desregulación impositiva de las actividades económicas de la nueva burguesía aymara sumado a las políticas sociales y económicas implementadas por el MAS, se generó una nueva clase media, pero una clase media sui géneris: proveniente de aquella ascendencia rural-campesina-indígena-popular que tenía fuertes vínculos con las tradiciones “ancestrales” y el nacionalismo antichileno (por la pérdida del litoral), pero actualmente muy inmersa en la modernidad tecnológica, las redes sociales y las prácticas de disfrute y entretenimiento urbano.

Esta nueva clase media, además generacionalmente posterior a la de las luchas antineoliberales, no se identifica en lo absoluto con la historia de las resistencias a la república criolla. Al contrario, en su pretensión de integrarse a la vida urbana de la clase media tradicional, reproduce de manera idéntica el discurso antigubernamental y antiindígena de esta otra. De ahí, por ejemplo, que a partir de 2016 no exista más acérrimo opositor al MAS que un alteño.

Ahora bien, todo el pensamiento y ética indígena que fue introducido en la constitución de 2009 ocasionó una moda de reivindicación que ha sido duramente criticada de pachamamismo (el culto a la Pachamama o madre tierra pero con el adjetivo de mamón o de engaño o tomadura de pelo). La pretensión original probablemente no era esa sino alcanzar paulatinamente una genuina descolonización, después de todo, está demostrado que el indígena fue el sujeto marginal de la historia criolla y el solo hecho de que un no criollo alcance la presidencia del país con mayoría absoluta ya configuraba un acto de descolonización.  

Dentro de este contexto se publica, por ejemplo, Filosofía Andina. Sabiduría indígena para un mundo nuevo (2006) de Josef Estermann, un trabajo que es fruto de diez años de convivencia del profesor suizo con el mundo andino. En este libro realiza una autocrítica a las categorías del pensamiento occidental y presenta una exploración erudita de toda la cosmovisión andina que llegó a recopilar. Los críticos de Estermann arguyen que su trabajo está mediado por una romantización de su objeto de estudio y que se encuentra enmarcado en una teología judeocristiana que comparte lazos con la izquierda y las críticas del capitalismo y del mundo moderno.

Otra publicación de esta naturaleza, Los ritmos del Pachakuti (2008) de Raquel Gutiérrez Aguilar, quién (al igual que Álvaro García Linera) encuentra en el habitante del Altiplano la figura del proletario que necesariamente se enfrentará al capitalismo a través de una revolución izquierdista, organizada en base a las cualidades y virtudes ya mencionadas del mundo aymara: solidaridad, la comunidad, persistencia, etc.          

Pese a que el MAS se ratificó en el gobierno con el 64% de votos en 2009 y con el 61% en 2014, su gestión no estuvo exenta de contradicciones, desaciertos y escándalos, pero también de limitaciones conservadoras que le impuso la propia sociedad boliviana. Por ejemplo, en dos ocasiones intentó replicar el modelo de nacionalización de los recursos naturales en un ámbito completamente distinto, la salud pública, pretendiendo la socialización universal de la medicina. El rubro de la salud, con el apoyo de la clase media tradicional, los medios de comunicación y los partidos políticos de oposición, resistió con extrema violencia. Años después, el MAS reintentó sin éxito la regulación del ejercicio médico a través del Código del Sistema Penal obteniendo las trabas de los mismos actores y con un nuevo desgaste ante la opinión pública.  

El desgaste del MAS estaba cada vez más presente en la región andina del país, donde años atrás había tenido su voto fuerte. El Alto, Oruro y Potosí se estaban convirtiendo en bastiones de la oposición. Las pretensiones de Evo Morales de perpetuarse en la presidencia lo llevaron a realizar un referéndum para modificar la constitución que él mismo había promulgado hace siete años. Al perder por una diferencia no significativa, se negó a aceptar la derrota y aplicó estratagemas legales para que lo habiliten a repostularse. Estas conductas, junto a sospechas de fraude electoral, desembocaron en la crisis política de 2019.     

Dejando de lado la larga discusión sobre la crisis política de 2019, cabe destacar que todavía se podía identificar en El Alto un sector nacional popular que hizo una sólida defensa de la Wiphala. El Alto, en ese entonces, todavía estaba divido en dos masivos grupos, uno que apoyó a la clase media tradicional y otro que bajó a la ciudad de La Paz clamando “Ahora sí, guerra civil”. Naturalmente, el sobrevuelo de aviones militares y la represión militar con muertos en Senkata estaba dirigido contra el segundo grupo, el sector nacional popular.     

La recuperación de la democracia no fue gracias al MAS sino a Felipe Quispe, el Mallku, quien a través de más de 120 puntos de bloqueo en el país presionó al gobierno de facto para que se celebren las elecciones democráticas que venían postergando antes y durante la pandemia. Las masacres de Senkata, Sacaba y El Pedregal, los varios escándalos de corrupción, incluido el de los respiradores, el autoritarismo en las calles y la pésima gestión de la pandemia provocaron el voto castigo a la derecha por parte del conjunto de la población. El MAS, encabezado por Luis Arce y David Choquehuanca, ganó las elecciones de 2020 con el 55% de los votos. La gente comprendió que el retorno del MAS era el menor de los males. 

La vicepresidencia del Estado, encabezada por David Choquehuanca, intentó recuperar la mística que Álvaro García Linera le había brindado a la institución. El ciclo de seminarios Pensando en mundo desde Bolivia (que trajo a intelectuales como Slavoj Zizek, Samir Amin, Enrique Dussel, Marta Harnecker, Boaventura de Sousa Santos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, entre varios otros), la ley de fomento a la lectura con tasa cero en la importación de libros, la Biblioteca del Bicentenario y el Centro de Investigaciones Sociales fueron todos autoría de Linera y de su equipo de trabajo. Choquehuanca se propuso cambiar el enfoque marxista de la institución por uno más orientado hacia la ética y la filosofía andina, sin embargo, debido al desencantamiento que provocó la huida o salida de Linera del país, nunca se recuperó la credibilidad de la población.          

Los trágicos eventos de la pandemia y de las crisis políticas de 2019 y 2020 se olvidaron rápidamente. Evo Morales, contrario a los arrepentimientos que él mismo manifestó públicamente por haber insistido en su candidatura y no dar espacio a nuevas generaciones, retornó al país con el afán de seguir gobernando pero sin portar la banda presidencial. En poco tiempo las imposiciones de Morales se hicieron inviables para el bloque “renovador” y se desató la confrontación sin cuartel entre dos facciones: evistas y arcistas.

No hace falta recapitular todo el largo y tortuoso proceso en el que ambas facciones asumieron el discurso y las acciones de la derecha boliviana para combatir mutuamente. El principal efecto de esta guerra interna fue la no aprobación de los créditos internaciones en la asamblea legislativa por parte de los parlamentarios evistas, y la consecuente escasez y subida del dólar. Por si fuera poco, Evo Morales condujo una serie de bloqueos interdepartamentales de larga duración que ocasionaron mayor subida del dólar, mayor escasez de combustible y alimentos, y el hartazgo del conjunto de la población.

La entonces oposición aprovechó la división interna del MAS para coadyuvar a la crisis económica y así deshacerse de su antagonista durante el año electoral. La banca privada y los empresarios cruceños realizaron una serie de operaciones en el mercado negro y el no ingreso de divisas del extranjero para fomentar la escasez de dólares. Luis Arce, pese a contar con las evidencias de estas operaciones y el aparato estatal para sancionarlas, decidió no confrontarse con el sector privado. Luego, a pesar de que Arce brindó todas las facilidades a los comerciantes importadores para que no suban los precios de la canasta familiar, estos aprovecharon la situación para triplicar sus ganancias en desmedro de la población.      

Aquí puede constatarse un nuevo hito en el crecimiento económico de la burguesía aymara. El agio y la especulación fue llevado a cabo prolongadamente pero solo hacia el final del conflicto entre vecinos y vendedores, los municipios, en manos de los opositores al MAS, tomaron algunas medidas para sancionarlo, cuando los cobros ya eran demasiado excesivos. La asociación entre la nueva burguesía aymara y el sector empresarial y banquero de la derecha boliviana, primero, fue accidental al compartir los mismos intereses por ganancias económicas y, después, fue presumiblemente coordinada, tanto a nivel económico como político. La doxa del populum, motivada por los medios de comunicación y los políticos de oposición, rápidamente le echó la culpa de la crisis de dólares y combustible a Luis Arce y a los 20 años de gestión del gobierno de izquierda.

Los resultados electorales de 2025 desafiaron todos los pronósticos de los politólogos, la derecha ganó pero en el más improvisado de sus candidatos. Por su parte, el bloque de izquierda obtuvo una derrota histórica absoluta, no consiguió ni un solo senador y apenas cuenta con 3 diputados frente a 127 que son de la derecha boliviana. Es decir, desde noviembre de 2025 se tendrá una asamblea legislativa con un 98% de parlamentarios de derecha. El resultado es catastrófico, la izquierda en Bolivia, a causa de sus propias divisiones, ha sido expulsada de todas las instancias del Estado. Lo mínimo que se hubiera esperado es que la izquierda pase a ser oposición con la mitad de parlamentarios, no que desaparezca absolutamente del plano estatal.

Los actuales resultados electorales probablemente muestran que el bloque popular en El Alto sencillamente ha dejado de existir, quizá terminó siendo absorbido por el bloque pitita alteño. Después de todo, las críticas al MAS le acusaban, con evidencia, de haber utilizado instrumentalmente a los alteños para sus fines electoralistas y dejarles pocos espacios en la repartición de las instituciones públicas. El Alto también renegaba de la abundante presencia de la clase media baja tradicional mestizo-blancoide en la esfera estatal. La alianza de esta clase media baja, supuestamente progresista y encabezada por Linera, con el mundo rural popular campesino tuvo un desequilibrio desde los primeros años del MAS, si bien se indianizó el Estado por primera vez en la historia boliviana, la presencia de mestizos-blancoides nunca dejó de ser fuerte en los puestos de mayor importancia y mayor paga, tanto en instituciones públicas como en las empresas estatales. 

Empeorando la situación, se suponía que todas las personas de la clase media baja tradicional que ingresaron a las filas del MAS, al igual que Linera, debían hacerlo acreditando una formación ideológica de izquierda, ciertas convicciones políticas y consciencia social. Lamentablemente ese tipo de personas era bastante reducido. En su gran mayoría fue una clase media baja tradicional que adoptó retóricamente la lucha anticapitalista con tal de conseguir puestos en el Estado, incluso muchos de ellos poco tiempo atrás eran abiertos opositores al MAS y a la indianización del Estado.     

Hace un par de meses ocurrió el debate, ampliamente conocido en el ámbito académico, entre Macusaya y Roca. Por mi parte critiqué a Roca de incurrir en racismo por referirse a él como “Macu”, por acusarle de tener un séquito de “guerreros digitales” y por decirle que no es un intelectual (cuando claramente lo es) sino solamente un influencer de redes sociales. Decirle y decirles guerreros digitales es tacharlos automáticamente de masistas, con todo el significado étnico y peyorativo que le acompaña, y, sobre todo, es desconocer que en El Alto existe gran cantidad de acérrimos opositores al MAS, precisamente Macusaya y el grupo Pukara.

Ahora bien, tratando de ser equitativo, igual corresponde hacer una crítica a Macusaya por aceptar postularse a senador suplente de Bejarano, quien encarna exactamente todo lo que Macusaya y el resto de la intelectualidad aymara siempre le han criticado al MAS. La derecha boliviana ha sabido capitalizar magistralmente las más severas críticas al MAS por parte de Luis Tapia, Raúl Prada, Silvia Rivera, Alison Spedding, María Galindo, Quya Reina, Pedro Portugal y Carlos Macusaya. Por ejemplo, Página 7 supo deshacerse oportunamente de Galindo cuando el objetivo de descoronar a Evo Morales ya había sido alcanzado. La apertura que recientemente mostró Macusaya para aliarse con Andrónico, la familia Linera, Prada y Bejarano, es decir, con los escombros más cuestionados del MAS, resulta extremadamente tardía además de incongruente. Si Macusaya hubiera apoyado al Proceso de Cambio en su momento, en vez de defenestrarlo, habría sido cualitativamente significativo.               

Actualmente, llama la atención que el imponente triunfo electoral de la derecha en Bolivia esté siendo tan celebrado por varios intelectuales aymaras, de todo rango de edad. Desde su perspectiva, la destrucción del bloque de izquierda representa la emancipación del mundo aymara de las políticas y los políticos de izquierda, y es evidencia de su integración exitosa a las lógicas del mercado asiático. “El aymara tiene derecho al enriquecimiento y al poder” afirman varios de ellos.  

Sin duda, aquí no nos estamos oponiendo al derecho que toda persona tiene de mejorar su posición social. Alguien que ha nacido en condiciones precarias no tiene por qué estar destinado a vivir toda su vida en aquellas condiciones. De hecho, ya se han mencionado algunas medidas y porcentajes del bienestar social keynesiano que el MAS implementó durante sus dos décadas de gobierno. Sin embargo, lo que no se esperaba es que, al igual que con Argentina o Ecuador, se presente “el síndrome de doña Florinda”: una clase baja que accede a la clase media pero desconociendo sus orígenes y que se adscribe a la más recalcitrante oposición hacia el gobierno que mejoró sus condiciones socioeconómicas.

El universo de significación indigenista que implementó el MAS no es ninguna ilusión. En la década de los noventa, el único espacio televisivo con presencia de “polleras, trenzas y sombreros” era Radio Televisión Popular y, más tarde, en el programa Sábados Populares que fue adquirido por ATB. Dicho de manera más simple, de no ser por la hegemonía cultural implementada por el MAS, en ningún mundo hubiera sido posible que en canales como PAT, Red Uno o Bolivisión se tenga a conductoras de pollera en horario estelar. Unitel fue el último en incorporar polleras, pero solo en uno o dos de programas de entretenimiento (y muy recientemente).

Posterior al segundo triunfo electoral del MAS, Bertha Aracapi fue incorporada al noticiero de ATB como una de las presentadoras principales, aunque no exenta de discriminación consciente o inconsciente: Bertha aparecía en pantalla desde las 06:30 am, en cambio se resguardaba la comodidad de Leonel Fransezze y Claudia Arce, quienes aparecían en el programa media hora y hora y media más tarde, respectivamente. Tampoco es asunto menor recordar que se referían a ella como “Bertita” (al buen estilo de las empleadas domésticas). De igual manera, en ningún mundo hubiera sido posible que la alcaldía opositora y anti bloque popular de Luis Revilla bautice como “Puma Katari” a su línea de buses anti sindicato de transportistas.         

Como se dijo anteriormente, ninguna persona realmente democrática podría oponerse o criticar el ascenso social. Por ejemplo, la influencer Albertina Sacaca enfrenta diariamente críticas por tener Iphone, viajes internacionales y computadora último modelo. ¿Acaso un aymara no tiene derecho a mejorar sus condiciones socioeconómicas? Ella misma cuestiona a sus haters de si debe estar destinada a permanecer en las condiciones en las que nació. Desde luego que no. A nadie debería molestar que mejore sus condiciones, sin embargo, lo que sí podría molestar o generar controversia es si ella llegara a desconocer sus orígenes o renegara de su procedencia o de sus parentescos, y que se alíe con los grupos políticos que histórica y sistemáticamente oprimieron al mundo aymara. Seguramente molestaría bastante que ella haga de cuenta que siempre perteneció al sector privilegiado, lo cual, además, sería cronológicamente imposible. Afortunadamente, Albertina al igual que Alejandro Pinedo mantienen un gran orgullo por su identidad popular y la identidad rural popular de sus padres y abuelos. Pinedo en ocasiones incluso llega a criticar la alienación de las juventudes aymaras.

La exministra de comunicación, Marianela Paco, quien en mi opinión fue una de las autoridades más lúcidas del MAS por comprender que nunca sería posible una adhesión ideológica de los medios de comunicación al Proceso de Cambio y que afrontarlos directamente era la única vía de contrarrestar las campañas de noticias falsas y rumorología, fue mal comprendida dentro del instrumento y apartada del cargo por otros perfiles “más conciliadores”. Sin embargo, en una reciente entrevista con John Arandia, reveló que el Movimiento al Socialismo nunca se planteó el paradigma socialista y que toda esa carga izquierdista del partido fue a sola insistencia de Linera.    

Entonces surgen varias preguntas:

¿Alguna vez existió un vínculo consustancial entre la izquierda y el mundo aymara expresado a través del MAS, o fue por pura conveniencia circunstancial?

¿La intelectualidad aymara que festeja la destrucción de la izquierda boliviana es realmente representativa de todo el mundo aymara, o todavía existe el bloque popular o una parte significativa que no está siendo representada por estos intelectuales? 

Félix Laime explicaba que la lógica del pensamiento aymara consistía en un vínculo espiritual con las cosas. Por ejemplo, aseguraba que un minibusero no necesita leer un manual [occidental] de instrucciones sino establecer una comunicación directa con el espíritu del vehículo, un diálogo para comprenderlo y lograr operarlo. En la actualidad, siguiendo esta lógica, ¿podríamos suponer que el mundo aymara se ha vinculado espiritualmente con el capitalismo asiático?

¿La preferencia por los mercados asiáticos representa una crítica a occidente o sencillamente es fortuita y convenenciera por el acceso a los puertos del Océano Pacífico mediante la carretera La Paz-Arica?

Los intelectuales aymaras sostienen que no le deben nada a la izquierda porque no son ni serán pongos de los nuevos patrones izquierdistas como Linera o Prada. Dicen que tampoco le deben nada a la derecha y que no se consideran de derecha, a pesar de la reciente complicidad y alianza entre librecambistas y banqueros, además del apoyo frontal a varios partidos de derecha. ¿Perdurará esta alianza o nuevamente, al igual que en 2019, serán utilizados por la derecha para luego lanzar una serie de medidas antidemocráticas y contrarias al mundo popular?

¿El mundo aymara no estará siendo ingenuo en creer que la derecha llevará adelante procesos de integración social?, ¿no será que la derecha busca restituir los procesos de segregación social que existían antes de 2006?   

La derecha boliviana, la cual creo conocerla bien, vierte las frases más despectivas contra el mundo aymara, sin importar las nuevas condiciones socioeconómicas, no dejan de verlos con el mismo desprecio y es dudoso que realmente los incorpore o reconozca como iguales.

¿Hasta qué punto las duras críticas de los intelectuales aymaras hacia Evo Morales son imposturas? Es decir, ¿acaso no se dan cuenta que Evo Morales devino exactamente en el estereotipo del aymara moderno: dueño de cholet y una hummer, bastante preocupado por el prestigio internacional, sin ninguna intención de renunciar a los privilegios del palacio, incapaz de ver más allá de sus intereses personales y de carácter autoritario, como señala HCF Mansilla?

¿La ruptura formal de relaciones entre el mundo aymara y la izquierda es una muestra de su emancipación o de su alienación?, ¿o se está emancipando a través de la alienación? (en tal caso no sería una genuina emancipación).

¿El mundo aymara está abandonando el romanticismo o en realidad nunca fue consustancialmente romántico y todo el malentendido fue consecuencia de la idealización de los escritores indigenistas de principios del siglo XX? Sin embargo, no debe olvidarse que si bien probablemente también está abandonando la melancolía que se le atribuía, no está ocurriendo lo propio con su carácter supersticioso.

No cabe duda que la izquierda fue ingenua y paternalista en dejarse conmover con las virtudes del mundo aymara como la solidaridad, llaneza, comunidad, redes familiares, persistencia, etc., y suponer que estas eran sinónimos de consciencia social y anticapitalismo. ¿A futuro podría pasarle a María Galindo lo mismo que al MAS en su ayuda paternalista a miembros del mundo andino?

Los intelectuales aymaras tienen razón en aclarar que ninguna colaboración o ayuda a alguien significa que el sujeto al que se le extendió la mano tiene la obligación de convertirse en su vasallo. Pero sostener que la izquierda esperaba obtener vasallos es extremo. La izquierda trató de promover horizontalidad haciendo el no uso de la verticalidad y patronazgo que probablemente estuvieron a su disposición pero no fueron utilizados. Considero que la idea de un patronazgo o vasallaje al interior del MAS es una susceptibilidad prejuiciosa de estos intelectuales, más aún, cuando está por demás demostrada la verticalidad de Evo Morales. Por ejemplo, Luis Arce supo bajarse oportunamente de la candidatura cuando pudo no hacerlo.  

Si la intelectualidad aymara reniega tanto de la izquierda y de sus políticas progresistas entonces podríamos lanzarles el reto de que dejen de beneficiarse de la discriminación positiva que promueve una gran cantidad de ONG´s, aquellas que impulsan y financian las voces multiculturales por el solo hecho de ser multiculturales.  

En el refranero popular latinoamericano se dice que los izquierdistas supuestamente son resentidos sociales, sin embargo, ¿no será que en las durísimas palabras de la intelectualidad aymara contra la izquierda boliviana puede identificarse una alta dosis de resentimiento? Es decir, lo preocupante es que no manifiestan ningún tipo de resentimiento o crítica hacia el Estado neoliberal o a los capitalistas.

¿No será que el actual mundo aymara en realidad busca derechizarse, por más que no admita?, ¿será que busca integrarse con la clase media tradicional y posteriormente incluso llegar a superarla? ¿Estamos frente a una especie de bovarismo? Bovarismo entendido como el deseo de aquel sujeto desposeído de todo y que vive en la calle pero con el añoro de vivir algún día en una mansión de oro.

También podemos lanzar un reto a la nueva burguesía aymara: tienen en exceso todas las condiciones socioeconómicas e inmobiliarias para sacar de la pobreza a mucha gente que vive al día ¿por qué no lo hacen, por qué no aplican sus propios valores culturales de la solidaridad?, ¿por qué, al contrario, hay tanto maltrato y explotación con los propios congéneres?

El panorama futuro de la izquierda es sumamente pesimista, sobre todo en la conformación de un nuevo partido que condense al unísono tantas organizaciones sociales y consignas políticas como sucedió en 2005. Lo que fue difícil de construir fue fácil de destruir. En Bolivia, asalariados, mineros y campesinos agrarios corresponden todos a posiciones sociales privilegiadas, lo cual hace inviable la existencia de un sujeto proletario anticapitalista. La izquierda creyó que este sujeto podría ser el habitante del Altiplano, pero, como se viene demostrando, en Bolivia no hay lucha de clases sino la lucha por el ascenso de clases.

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Escrito por Javier García Bellota*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política y publicado el 26 de agosto de 2025.

*Estudios en Derecho, Filosofía y Ciencia Política.

**Base para la fotografía tomada de

https://www.flickr.com/photos/lnewman333/48844614006/in/photostream/

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