¿Volver a la “normalidad”?

 


El tiempo, inerte, indefinido, que aprisiona nuestras expectativas, esperanzas y grandes temores, transcurre indolente, impaciente y hace, o mejor, muestra incluso lo irrisorio de nuestras vidas. Así, ¿qué sentido tiene el tiempo en el cual transcurre nuestra existencia?

Me decanto por lo que dice el poeta: “No hay sentido, hay búsqueda del sentido”. Si la poesía es expresión de la vida, de nuestra intimidad y ambivalencias, a medida que crecemos, en los albores del autodescubrimiento, asistimos indefensos a la revelación existencial de una paradoja intrínseca: nuestra alma acoge tanto la claridad y la bondad como la oscuridad y las malas intenciones. En estos escondrijos sombríos dentro nuestro, guardamos miedo, somos presos de él, de su ignominia; en otras palabras, estamos confinados. Y ahora podemos advertirlo, acaso aún negándolo, lo hemos estado desde siempre.

Ahora, en cuarentena obligada, deseamos salir de este abismo y “volver a la normalidad”. Esta normalidad, no obstante, es la normalidad indolente, impersonal, apática, gris e indiferente, en cuyos límites hemos sostenido hasta ahora la cotidianidad insólita de nuestra rutina diaria: la indiferencia inmoral.

Así, “volver a la normalidad” significaría no solamente reafirmar la proyección suplantadora de la realidad difundida por los medios (realidad mediática propagada a modo de farándula), además de confirmar nuevamente nuestra miopía, sino que concurriríamos a una fatalidad trascendental: nuestro fracaso en tanto humanos, en tanto seres de emoción y razón. Porque “volver a la normalidad” quiere decir “aceptar”, con patética resignación e indolencia, las condiciones de desigualdad, inequidad, injusticia y violencia contenidas en nuestra realidad social, y naturalizadas por aquellos que se hicieron del poder desde el comienzo de la era republicana.

Bien sostenía el historiador Augusto Guzmán, cuando describe la época del gobierno de Simón Bolívar, que las disposiciones liberales del Libertador “resultaron pavorosamente revolucionarias en aquel medio de psicología feudal”. Pienso que esta psicología feudal añeja (que ha sobrevivido a todos los avatares de nuestra historia), propia de las castas oligárquicas que han detentado el poder desde nuestra fundación, sobresale en momentos de grave crisis como la que padecemos actualmente, mostrando su faz violenta contra la igualdad humana y social, y reflejando a su vez la desidia del confinamiento existencial de nuestro ser: tenemos miedo a la libertad; lo cual en última instancia significa que tenemos miedo a ser responsables.

De ahí que, al negar nuestra responsabilidad ante los otros, los negamos, y al hacerlo nos negamos a nosotros mismos. Nos negamos a ser humanos. Preferimos la nada: el nihilismo cotidiano de la indiferencia. Desde esta nada no se construye nada. Pues, siempre se parte de algo. Y este algo constituye la búsqueda del sentido de la que habla el poeta.

En conclusión, volver a ser supondrá, como afirma Octavio Paz, “recobrar la conciencia”, esto es, “volver a ser sujetos”. Tal es la posibilidad histórico-existencial que tenemos ahora viva en la memoria, y podemos activarla como nuevo aprendizaje, una vez terminado el confinamiento obligado. No se trata de “volver a la normalidad”, cuanto de hacer del tiempo corriente de cambio y esperanza; salir del laberinto de nuestra soledad hacia el encuentro de los otros. De esta forma, asumiremos nuestra responsabilidad, es decir, volveremos a ser humanos, a ser sujetos, haciendo del tiempo… historia.

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Escrito por Euclides Antonio Dueñas Averanga*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en Bolivia, publicado el 31 de mayo de 2020.

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*Filósofo, ensayista, profesor normalista de Filosofía y Psicología y egresado tesista de la Carrera de Lingüística e Idiomas de la UMSA.

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