La nueva derecha en Bolivia: la derecha mestiza (y el dilema de la nueva clase media)
En Bolivia, a
septiembre de 2019, se ha generado una serie de transformaciones sociales y
políticas que todavía no han sido estudiadas en su amplitud y profundidad. Se
la suele denominar: la nueva realidad boliviana. Asimismo, desde febrero de
2016 a noviembre de 2019, se han articulado ciertas reafirmaciones políticas
que impactaron notablemente sobre la nueva realidad boliviana, de tal manera
que, para el 2020, se tiene una nueva reconfiguración del panorama social y
político en el país, la cual por supuesto es todavía más amplia y compleja de
la que ya se tenía hasta septiembre de 2019.
Para no decir
"14 años de estabilidad económica" (dado que el MAS incurrió en
contradicciones, imposturas y escándalos de corrupción), pero tampoco para
faltar a la verdad, se puede señalar: 14 años sin crisis económica en Bolivia,
durante los cuales se configuró una nueva clase media de origen popular, rural
y campesino, que en los últimos 10 años ha ido ganando espacios, facilidades,
derechos y ventajas sistemáticamente negadas a sus antecesores.
Por dar un
ejemplo que atestigüé: hace 12 años, en espacios de la clase media tradicional,
como la universidad privada, el hecho de que una mujer de pollera pueda operar
un artefacto de última tecnología, como un celular, era bastante risible para
la mentalidad clasemediera tradicional, debido al choque gnoseológico que
implicaba observar que una mujer proveniente del área rural, con costumbres
“premodernas” y que apenas podía pronunciar el castellano, pueda operar el más
reciente artefacto tecnológico de la modernidad.
Para dicha
mentalidad también era risible y sorpresivo que gente de origen popular realice
transacciones en los bancos, que utilicen cajeros automáticos y que adquieran
sus propios automóviles.
Desde ahí se
constata cómo los espacios que habitualmente pertenecían a la clase media
tradicional fueran ocupados por una nueva clase media de origen rural y
popular.
Expresión de
esta molestia, por ejemplo, fue el grupo en la red social predilecta, con una
gran cantidad de miembros, denominado: Ahora cualquier indio tiene facebook.
Otra expresión de esta molestia es la película de Juan Carlos Valdivia, Zona
sur (2009), donde retrata el empoderamiento económico andino que ahora es
capaz de comprarle la casona a una familia criolloide de la zona sur. Un
triunfo no solo económico sino político porque el descendiente del hacendado se
ve en la necesidad de recibir en los sillones de su domicilio a los
descendientes de la servidumbre.
En el debate
público se han utilizado una serie de denominaciones para referir a esta nueva
clase: la burguesía aymara, los nuevos ricos azules, los dueños de cholets, la
indiada empoderada, los refinados, etc.
El acceso de
estos grupos a la condición de clase media (mientras en el resto del mundo, por
la crisis económica de 2008 generada en Nueva York, la clase media estaba
empobreciendo, es decir, desapareciendo) no solo implicaba la reconfiguración
de la realidad boliviana sino también el surgimiento de un dilema fundamental,
un conflicto subjetivo, una incompatibilidad entre los valores y costumbres del
área rural, y los valores y costumbres del área urbana republicana.
Durante
cientos de años, se ha calado en la mentalidad de los habitantes del espacio
geográfico ahora denominado Bolivia, un desprecio sistemático y una negatividad
hacía lo indígena, rural, campesino y popular.
Con o sin
razón (lo cual es objeto de estudio y reflexión aparte) el hecho real es que se
nos ha internalizado en todos los habitantes esa asociación despectiva de lo
rural con el retraso, con la ignorancia, con el infantilismo, con el salvajismo
y con aquello que debe desaparecer paulatinamente a través de la exclusión (que
el indio vuelva a su hábitat en el campo luego de trabajar en la ciudad) y del
mejoramiento de la raza (blanqueándose cultural y étnicamente).
La nueva clase
media asumió este dilema, a mi entender, de tres maneras: a) asumiendo la
urbanidad y aceptando sus orígenes rurales pero defendiéndolos en silencio; b)
intentando incorporarse a la urbanidad, reconociendo sus orígenes rurales como
un dato biográfico pero con la gran necesidad de modernizarse y modernizar a
sus progenitores; y c) asumiéndose como parte de la urbanidad, rechazando sus
orígenes rurales y haciendo de cuenta que siempre perteneció al mundo urbano.
No existen
estudios al respecto, siendo un fenómeno tan reciente, pero me animaría a decir
que la primera alternativa es la que menos porcentaje tiene, un 10%; la segunda
es bastante creciente en la áreas periurbanas, le asignaría un 35%, y la
tercera representa a poco más del 50%; de lo contrario no hubiera existido la
gran participación de la nueva clase media en las protestas ciudadanas de 2017
a 2019. En otras palabras, un 50% de la nueva clase media reniega de sus
orígenes rurales y hace de cuenta que siempre perteneció al mundo urbano
republicano.
Concretamente,
desde 2015, con el triunfo de Soledad Chapetón para la alcaldía de El Alto y
con la reelección de Luis Revilla para la alcaldía de La Paz, se puede observar
en el escenario político nacional una nueva derecha ya conformada – una derecha
mestiza –, una derecha proveniente de la nueva clase media que reniega de sus
orígenes rurales y que se alinea políticamente con la clase media tradicional,
como la única alternativa efectiva de blanquearse (urbanizarse, modernizarse,
etc.).
En la jerga de
la clase media tradicional el término “masista” es utilizado como eufemismo
para referirse a lo indio, a lo campesino, a lo rural, a lo popular, etc. Dicho
término les facilita hablar despectivamente de quienes no toleran, pero sin
incurrir en un delito de racismo o en el reproche social. Claro está, para la
clase media tradicional, “masista” engloba tanto a las clases populares como a
las nuevas clases medias (con base en la piel morena y en los rasgos andinos).
En los hechos,
es tema de discusión aparte si al significado de “masista” verdaderamente
corresponde la representación de lo indígena, popular y rural, dadas las varias
contradicciones, imposturas y escándalos de corrupción en las que ha caído el
MAS; lo cierto es que para la mentalidad de la clase media tradicional el
término “masista” efectivamente significa lo explicado en el anterior párrafo.
La nueva clase
media considera que la manera de evitar la discriminación por parte de la clase
media tradicional es mediante la discriminación a sus propios orígenes rurales
(lo materializan expresando las más duras críticas al significado de lo
popular). En su mentalidad creen que hablar en contra del “masismo” de forma
contundente (por ejemplo, en el minibús, en la universidad, en las reuniones
sociales o en la vía pública), les permitirá diferenciarse y distanciarse de
toda asociación con lo rural, lo campesino, lo moreno, lo popular.
Ahí es donde
surge una nueva derecha, la derecha mestiza, una derecha que defiende
gratuitamente los intereses de clase de la derecha más conservadora del país,
pero sin ser parte de ella ni haber pertenecido nunca a ella.
La derecha
mestiza encuentra en Camacho, Mesa, Áñez, Revilla y Chapetón la forma política
de blanquearse. Cabe señalar además que si no fuera por el apoyo servil que le
dieron a la clase media tradicional, no se hubieran sostenido 20 días de protestas
ciudadanas entre octubre y noviembre de 2019.
Sin embargo,
la nueva derecha mestiza peca de ingenuidad en cuanto a lo político: tiene la
creencia de que por renegar públicamente de sus orígenes ya es parte de la
clase media tradicional, y que el proyecto político de la derecha conservadora
los incluye y los ve como iguales. Pero la clase media tradicional y la derecha
conservadora no aceptan como real esa diferenciación; solo la utilizan
circunstancialmente porque en esencia los ve como “el perro que defiende la
mansión pero que nunca dormirá dentro de ella”.
Para este
artículo escogí las fotografías en alta definición de los rostros de Revilla,
Áñez, Longaric y Albarracín. Son imágenes que ya han sido utilizadas en redes
sociales por una gran cantidad de usuarios, grupos y páginas que quisieron
denotar, mediante la alta definición, los rasgos mestizos e indígenas
fuertemente marcados en los rostros de dichos personajes políticos, quienes
irónicamente, enuncian los discursos de la derecha más conservadora.
Desde luego,
ni Revilla, ni Longaric, ni Albarracín, ni Áñez se miran al espejo y aceptan
sus rasgos fuertemente andinos. En su imaginario subjetivo están convencidos de
que, en Buenos Aires, Santiago o Madrid, podrían confundirse con el resto de sus
habitantes (nada más alejado de la realidad). Pero, su convencimiento subjetivo
está tan enraizado que no lo cambiarán hasta que un madrileño les ponga en su
lugar; y, pese a esto, volverán a auto-convencerse de su condición imaginaria.
Esa misma
lógica está presente en el resto de la nueva clase media y aun conlleva un
dilema político existencial: deberán evaluar los ocho/nueve meses de derecha en
Bolivia y decidir si mantendrán o retirarán su apoyo a la clase media
tradicional y a la derecha conservadora. Mantener el apoyo implica seguir
recriminando sus orígenes; mientras que, retirar el apoyo implica reencontrarse
con los valores de sus antecesores y reencaminarse hacia una “modernidad”
integral.
En cualquier
caso, la articulación de nuevas derechas en el mundo es un fenómeno que recién
se está estudiando. Aquí solo presento una modesta contribución a ello.
__________
Escrito por
Javier García Bellota*, enviado a la Escuela Crítica de Filosofía Política en
Bolivia, y publicado el 06 de agosto de
2020.
*Estudios en Derecho, Filosofía y Ciencia Política.
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